Ejemplos con pegaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Estas habitaciones carecían de calefacción y en algunas ocasiones se permitía la colocación de una estufa aunque lo habitual era que los prisioneros durmiesen pegados unos a otros para no perder el calor corporal, este hecho atraía a las chinches y cucarachas que se pegaban a sus ropas.
Mientras, en el muro Bajo, y en la puerta, las escaleras de los Orcos se pegaban a los muros, afanados en escalar.
Primero me pegaban porque era demasiado de izquierda, después aparentemente me vendí y ahora soy demasiado de derecha.
Al regresar a Canillas, los quintos pegaban, en las esquinas de las calles más concurridas, recortes de revistas de Play Boy, y carteles con las coplillas, versillos y pareados irónicos sacados a cada Quinto.
¡Señor! ¡qué pensarían de ellos las gentes del al saber que en su casa se pegaban los hombres como en una taberna! ¡Qué dirían las de su hija! Pero a Margalida la preocupaba poco la opinión de sus amigas.
Lucía se abanicaba con un periódico dispuesto por Artegui en forma de concha, y leves gotitas transparentes de sudor salpicaban su rosada nuca, sus sienes y su barbilla: de cuando en cuando las embebía con el pañuelo: los mechones del cabello, lacios, se pegaban a su frente.
Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja, pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del , y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse.
Los alemanes eran los que pegaban más fuerte.
Sin respeto a su cargo de inspector de navegación de la casa, le hacían despedir a marinos viejos que llevaban muchos años al servicio de Sánchez Morueta, y admitir a otros jóvenes que, apenas tomaban posesión de su camarote, pegaban frente a la litera una imagen del Corazón de Jesús.
La noche anterior había cenado Aresti con unos cuantos contratistas de las minas, lo más distinguido de Gallarta, antiguos jornaleros que iban camino de ser millonarios y, no pudiendo coexistir con sus antiguos camaradas de trabajo, ni tratarse con los burgueses de Bilbao, se pegaban al médico acosándolo con toda clase de agasajos.
Las rudas suelas de sus zapatos de monte se pegaban al barro, la iba marcando con su lanza un agujero a cada paso.
Y de nuevo se fue como había venido, de puntillas, sonriendo a todos, haciendo muchos ademanes para que nadie se incomodara, y dejando al tío Frasquito estupefacto ¡Oh!, pues lo que es a él no se la pegaban ¿Currita a las cuatro en casa de Butrón y avisando antes a Jacobo? Algo gordo sucedía cuando el prudente Mentor, el joven Telémaco y la invulnerable Calipso se avistaban en secreto, con la extraña circunstancia de acudir la dama a casa del caballero, y no los caballeros al palacio de la dama, como parecían dictar las más elementales leyes de la galantería.
¿Qué era aquello? ¿Se pegaban? La multitud abrió paso, y veloces, con ciego impulso, como espoleadas por el terror, pasaron una docena de muchachas despeinadas, greñudas, en chancleta, con la sucia faldilla casi suelta y llevando en sus manos, extendidas instintivamente para abatir obstáculos, un par de medias de algodón, tres limones, unos manojos de perejil, peines de cuerno, los artículos, en fin, que pueden comprarse con pocos céntimos en cualquier encrucijada.
Conducía al desván empinadísima escalera, y no era el sitio muy oscuro, pues recibía luz de tres grandes claraboyas, pero sí bastante bajo, don Pedro no podía estar allí de pie, y las chicas, al menor descuido, se pegaban coscorrones en la cabeza contra la armazón del techo.
Cuando los muchachos que recibían el préstamo no se pegaban un tiro y sus padres se veían amenazados por la deshonra, el señor de Cupón transigía el asunto, viniendo siempre a quedaren sus garras el sesenta por ciento al año.
Cuando te pegaban no sería por cosa buena.
Clarita y otras niñas de la escuela creían a pie juntillas que la madre Angustias no tenía ojos, y que todas sus facultades ópticas residían en aquellos dos temibles vidrios verdes, engastados en una armazón rancia y enmohecida, y acontecía que para imitarla cortaban dos redondeles de papel verde del forro del catecismo y se lo pegaban con saliva en los ojos, con lo cual se morían de risa.
Quedó la camarera admirada de las razones de su hijo, y como conocia la aspereza de su arrojada condicion, y la tenacidad con que se le pegaban los deseos en el alma, temió que sus amores habian de parar en algun infelice suceso.
Una noche leyó en la cama un libro que hablaba de un místico medio loco, italiano, de la Edad Media, a quien llamaban el juglar de Dios, parecía el payaso de la gloria: lleno del amor de Jesús, se reía de la Iglesia y daba por hecho que él se condenaría, pero llevando al infierno su pasión divina, que nadie podía arrancarle: y el tal Jacopone de Todi, que así le llamaba el vulgo, que se reía de él y le admiraba, hacía atrocidades ridículas para que su penitencia no fuese ensalzada, sino objeto de burla, y salía andando con las manos, cabeza abajo y los pies al aire, y se untaba de aceite todo el cuerpo, desnudo, y se echaba a rodar sobre un montón de plumas, que se le pegaban al cuerpo, y de esta facha salía por las calles para que los chiquillos le corrieran.
Dos ciegos, o, por mejor decir, dos hombres vendados salían, armados de palos, y divertían al pueblo con los muchos que se pegaban naturalmente uno a otro.
No podía mirarse a parte alguna sin sentir irritación en los ojos, la tierra quemaba, el viento ardía, como si todo Madrid estuviese en llamas, el polvo parecía incendiarse, paralizábanse lengua y garganta, y las moscas, locas de calor, revoloteaban por los labios del carretero o se pegaban al jadeante hocico de los animales en busca de frescura.
Andando los meses, la niña sevillana aprendió a leer, y entonces el muchachuelo mejicano, que ya sabía escribir, la dedicó una carta para poner a prueba su destreza en la lectura, y en unos términos tan zalameros y dulzones, que se pegaban hasta de la vista.
Los armazones se pegaban al cuello, al pelo, en grotescas formas de caricatura.
Las inolvidables troncadas que se pegaban en bahía dos lanchas tripuladas por gente de distintos bandos, y en cuyos duelos el infeliz que caía al agua no hallaba compasión ni auxilio más que entre los suyos, ocurriendo ayer, como quien dice.
La castigaban mucho, pero no la pegaban, eran encierros, ayunos y el castigo peor, el de acostarse temprano.
Se prohibía a sí misma, por desconfianza, las dulzuras de los engaños de amor, y los compensaba con golosinas, que «se pegaban al riñón».
Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos.
-Antes, cuando el indio me quería, me iba muy mal, porque las demás mujeres y las chinas me mortificaban mucho, en el monte me agarraban entre todas y me pegaban.

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