Ejemplos con murena

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Murena de quien el Fondo de Cultura Económica ya publicó una antología a su cuidado titulada Visiones de Babel.
Cayo Proculeyo fue un caballero romano, favorito de Augusto, que compartió generosamente su hacienda con sus hermanos Murena y Escipión, quienes habían sido despojados de la suya por haber abrazado el partido de Pompeyo el Joven.
Su nombre completo era Quinto Roscio Coelio Murena Silio Deciano Vibulio Pío Julio Euricles Herculano Pompeyo Falco.
Estuvo casada dos veces, con Luis Pico Estrada y posteriormente con Héctor Alberto Murena.
Cuando fue derrotado por Mitrídates, Murena decidió que lo más sabio era obedecer las órdenes de Sila y dejar al rey y su reino en paz.
Murena acusó a Mitrídates de estar rearmando sus ejércitos e invadió el Ponto.
Murena se quedó en Asia al mando de dos legiones que durante la guerra habían formado parte del contingente dirigido por Cayo Flavio Fimbria.
Murena sostuvo que el escritor debía ser anacrónico, en el sentido originario de la palabra que designa el estar contra el tiempo, denominando esa actitud como el arte de volverse anacrónico.
Pigmalión y Alcidas Rodio amaron estatuas, Pasifae Reina amó a un toro, Semíramis a un caballo, Jerjes Rey a un árbol plátano, Hortensio Orador amó a una murena pescado, Cipariso a una cierva, y muerta la cierva, murió él también de pesar.
Cuando se habló en la causa, Cicerón, que era entonces cónsul y defendía a Murena, dirigió muchas expresiones en su discurso contra los filósofos estoicos a causa de Catón, y se burló y mofó de aquellas máximas y decisiones que ellos llaman paradojas, con lo que dio bastante que reír a los jueces, y se refiere que Catón, sonriéndose, dijo a los circunstantes: “¡Ciudadanos, qué cónsul tan decidor tenemos!” Fue absuelto Murena, y no se portó con Catón como se habría portado un hombre malo o necio, sino que durante su consulado se valió de él para tomar su consejo en los más graves negocios, y en el tribunal le dio siempre muestras de honor y respeto, a lo que contribuía el mismo Catón, pues que si en la tribuna y Senado se mostraba severo y terrible, era sólo por sostener la justicia, siendo en todo lo demás sumamente benigno y humano.
Murena y letra: un ratón con una rana atado, y un manojo de acelga.
Dícese que acusando Catón a Murena, le defendió Cicerón siendo cónsul, que por mortificar a Catón satirizó largamente la secta estoica, a causa de sus proposiciones sentenciosas, llamadas paradojas, causando esto gran risa en el auditorio y aun en los jueces, y que Catón, sonriéndose, dijo sin alterarse a los circunstantes: “¡Qué ridículo cónsul tenemos, ciudadanos!” Parece que Cicerón era naturalmente formado para las burlas y los chistes, y que su semblante mismo era festivo y risueño, mientras en el de Demóstenes estaba pintada siempre la severidad y la meditación, a las que, entregado una vez, no le fue ya dado mudar, por lo que sus enemigos, como dice él mismo, le llamaban molesto e intratable.
Aun así, defendiendo a Licinio Murena, acusado por Catón, con el empeño de exceder a Hortensio, que había sido muy aplaudido, no descansó un momento en toda la noche, y quebrantado con el demasiado estudio y la falta de sueño, fue tenido por inferior a aquel.
Indignados con esto, se le pusieron alrededor, y, por fin, hecha la votación, excluyeron por segunda vez a Catilina y designaron cónsules a Silano y Murena.
Ejecutóse así, y todos se dispersaron, permaneciendo solo Catón, al que, insultado y acometido con piedras y palos desde arriba, no abandonó aquel Murena absuelto en la causa en que éste fue su acusador, sino que, oponiendo su toga, y gritando a los que le tiraban se contuviesen, y, por último, persuadiendo al mismo Catón y tomándole entre sus brazos, lo condujo al templo de los Dioscuros.
Habiendo tomado Sila un día de reposo, al siguiente dejó allí a Murena, que mandaba una legión y dos cohortes, para que cargara sobre los enemigos cuando ya estuvieran en desorden: y él hizo a orilla del Cefiso un sacrificio, después del cual marchó la vuelta de Queronea, para tomar la tropa que allí había y reconocer el monte llamado Turio, en cuya ocupación se le habían adelantado los enemigos.
Por una ley, el reo ponía guarda de vista al acusador, en términos que no podía encubrirse nada de lo que preparaba para seguir su acusación, y el puesto por Murena a Catón, siguiéndole y observándole, cuando vio que nada hacía con intriga, nada con injusticia, sino que seguía un camino sencillo y justo de acusación, con nobleza y humanidad, admiró tanto aquella prudencia y rectitud, que, yendo a la plaza o buscando a Catón en su casa, le preguntaba si había de dar algún paso aquel día sobre la acusación, y si le decía que no, cierto de su fidelidad se retiraba.
Mas persiguió a Lucio Murena, que con sobornos había procurado que se le nombrase cónsul con Silano.
Púsose Luculo a deliberar sobre el partido que debía tomarse: unos le aconsejaban que marchara contra Tigranes, abandonando el sitio, otros, que no dejara a la espalda tantos enemigos ni levantara el cerco, más él, diciéndoles que, separados, ni uno ni otro consejo daban en lo conveniente, y juntos sí, dividió sus fuerzas, dejando a Murena con seis mil hombres para continuar el asedio y él, tomando el resto, que eran veinticuatro cohortes, con menos de diez mil infantes, toda la caballería y unos mil entre honderos y arqueros, marchó en busca de los enemigos, y poniendo sus reales junto al río en una gran llanura se mostró a Tigranes objeto muy pequeño, siendo para sus aduladores materia de entretenimiento, porque unos lo ridiculizaban, otras echaban suertes sobre los despojos, y cada uno de aquellos reyes y generales, presentándose a Tigranes, le rogaba que aquel negocio lo dejara a él solo, contentándose con ser espectador.
Mas Luculo, no queriendo dar tiempo a estas disposiciones, envió a Murena para dispersar y cortar a los que trataban de unirse con los Tigranes, y a Sextilio para contener una gran muchedumbre de Árabes que se encaminaba también al campo del rey, y a un mismo tiempo Sextilio, dando sobre los Árabes cuando iban a acamparse, acabó con la mayor parte de ellos, y Murena, yendo en el alcance de Tigranes, al pasar un barranco estrecho con un ejército tan numeroso, le sorprendió en la mejor coyuntura.
Bien que no es ésta la única vez en que Murena se mostró muy distante, de la delicadeza y pundonor de su general.
Fue también cautivado en aquella ocasión Tiranión el gramático, pidióle Murena, y habiéndole sido entregado, le dio libertad, usando iliberalmente de aquel don: pues no entraba en la idea ni en la voluntad de Luculo que un hombre codiciado por su saber fuese hecho esclavo, primero, y después, libre porque, realmente, aquel no fue acto de darle la libertad, sino de quitársela.
Discurriendo de esta manera Luculo, se detuvo a la vista de Amiso, poniéndole remisamente sitio, y después de pasado el invierno, dejando a Murena para continuar aquel, marchó contra Mitridates, que se había situado en los Cabirios, y pensaba ser ya superior a los Romanos, por haber reunido bastantes fuerzas, consistentes en cuarenta mil infantes y cuatro mil caballos, que era en los que principalmente tenía su confianza, pasando, pues, el río Lico, provocaba a los Romanos a descender a la llanura.
Mas no por esto se descuidó Sila de Murena, que quedaba en riesgo, sino que partió a dar socorro a aquellas tropas, pero viéndolas también vencedoras, volvió a tomar parte en la persecución.
Resolvió volver a su puesto, mandando en socorro de Murena a Hortensio, con cuatro cohortes, y dando orden a la quinta de que le siguiese, marchó al ala derecha, que por sí misma se había sostenido dignamente contra Arquelao, al que rechazó enteramente con su llegada.
Al mismo tiempo, Taxiles cargó a Murena con sus calcáspidas, de manera que, formándose gritería en dos partes, y repitiendo el eco las montañas, lo entendió Sila y quedó muy confuso, sin saber adónde acudir.
Habían los Queronenses recibido de Sila por caudillo a Ericio, y marchando por el Turio sin ser sentidos, cuando después se mostraron fue grande la turbación y fuga de los bárbaros, y mayor todavía la matanza de unos con otros, porque no aguardaron en su puesto, sino que, corriendo por los precipicios, caían sobre sus propias lanzas, y con la priesa se despeñaban unos a otros, persiguiéndolos desde arriba los enemigos e hiriéndolos por la espalda, de manera que perecieron unos tres mil en el Turio, y de los que huyeron, a unos les cortó la retirada y los destrozó Murena, que ya había tomado posición, y otros, arrojados hacia el campamento amigo, como cayesen repentinamente y sin orden sobre la hueste ya formada, introdujeron en la mayor parte el terror y la confusión, no fue tampoco pequeño el mal que causaron con haber retardado las órdenes de los generales.
Asegurólo Gabinio del valor y lealtad de los que hacían la oferta, y dándoles Sila la orden de que la pusiesen en ejecución formó su ejército, distribuyendo la caballería en una y otra ala, tomó él mismo para sí el mando de la derecha y dio a Murena el de la izquierda.

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