Ejemplos con moría

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El apóstol vió al cabo que él y todos los cristianes tenían que morirse, pero como no podía renunciar a la felicidad, decidió que no se moría sino el cuerpo, y que el espíritu, inmortal, penetraba en el reinado de Cristo, en la Gloria.
¿no sabe la señorita? ¡Pues si fue el señorito Ignacio quien me colocó aquí! Como la Alavesa se trajo a Juanilla, que es prima hermana mía y a mí me daba, vamos, tanta tristeza de ver corretear las columnas por aquellos picachos adonde solo subíamos, con la ayuda de Dios, los mozos del país y las fieras de los montes y en fin, que me moría de pena en aquella estación le escribí una carta al señorito aún vivía su madre, ¡en gloria la tenga Dios! y me recomendó a la Alavesa y aquí me tiene usted, tan campante.
Pilar se moría por reunirse a la docena de compatriotas de distinción que revoloteaban en el efímero torbellino de los placeres termales.
Nació en plena corrupción colonial, cuando era Cuba mártir, el vertedero de todo lo podrido, el refugio de todos los estorbos, de todos los hambrientos y desocupados de España, cuando era nuestra tierra, el criadero de una milicia viciosa y enfermiza, robada a la Agricultura y a la Industria de su país, cuando era esta ciudad, jardín de América hoy, corral blando y holgado de Capitanes Generales infecundos, logreros e imperiosos, cuando la bandera roja y gualda flotaba sobre nuestra casa y a su sombra los cubanos estaban condenados a perpetua cobardía y los españoles autorizados para enriquecerse y engordar sus vicios insolentes, cuando el criollo moría en la miseria y el peninsular paseaba satisfecho en el carruaje comprado con el oro que manaba del crimen, cuando había más cárceles que escuelas, y el látigo infamante chasqueaba sobre las espaldas de los hombres de una raza tan necesitada de justicia como la nuestra, cuando el cubano que no se sometía a servir de celestino al pisaverde madrileño que lo solicitara, iba a purgar su osadía en el presidio, cuando el talento de los nativos dormía echado bajo la bota del déspota ceñudo, y la capa torera sobre los hombros y la cinta de hule en el sombrero, eran los únicos pasaportes de honor y las únicas cédulas de vida, verdaderas.
Y mientras tanto, el niño se moría.
Y mientras tanto, los innumerables conventos, dueños de más de la mitad del país y únicos poseedores de la riqueza, mostraban su caridad repartiendo la sopa a aquellos que aún tenían fuerzas para ir a buscarla, y fundando hospicios y hospitales, donde la gente moría de miseria, pero segura de entrar en el cielo.
Al que se insolentaba con el tribunal, multa, al que se negaba a cumplir la sentencia, le quitaban el agua para siempre y se moría de hambre.
El chico se moría: bastaba verlo para convencerse.
Y no cabía dudar que el pobrecito se moría.
se moría de una enfermedad extraña, de un nombre raro que Nelet no podía recordar, pero lo cierto era que estaba ya en la agonía.
¿Qué harían sin mí las pobres ancianas? ¿Qué harían si yo me iba? Tendrían más dinero, es cierto, pero se quedarían solas, como abandonadas, sin más amigos que un viejo servidor trabajado y achacoso, un médico tan pobre como ellas, y un dómine que se moría de tristeza y ¡de hambre!.
Mi madre se moría, no había de verme más.
Madrid se moría de sed, las zarzuelas levantábanse prepotentes y pretenciosas, el francés era fiel contraste de los héroes de salones, no se sospechaba la caida de una monarquía y de un imperio, el poder temporal sosteníase firme y enhiesto, la Internacional era una profecía horrible, un fantasma del miedo, y los gérmenes de la disolución social que hemos visto y que el autor señalaba, no eran, ni mucho menos, datos seguros para raciocinar con acierto, en medio del desaliento y de la desesperación que mudos reinaban en las almas.
Lo sé, lo he soñado ahora, cuando me dormí pensando que me moría y que entraba en el Cielo escoltada por la mar de angelitos ¡tan monos! Créetelo, porque yo te lo digo Y yo, le he de decir a la Virgen y al Verbo y Gracia que te hagan feliz y se acuerden de las amarguras que has pasado.
No pudo menos de observar que el digno esposo de su tía era horrendo, ni comprendía cómo doña Lupe no se moría de miedo cuando se quedaba sola, de noche, en compañía de semejante espantajo.
Desde luego entraría de practicante en la botica de Samaniego, el cual estaba gravemente enfermo, y si se moría, la viuda tendría que confiar a dos licenciados la explotación de la farmacia.
¡Qué ganas tenía de verte! Anoche me entró como una angustia Creí que me moría sin dejarte arreglada una vida práctica, esencialmente práctica.
Evaristo se moría pronto era cosa indudable: no había más que verle.
Él aseguraba que no se moría de aquel arrechucho, que tenía siete vidas como los gatos, y que era muy posible que Dios le dejase tirar algún tiempo más para permitirle ver muchas y muy peregrinas cosas.
Jacinta hacía girar todo este ciclón de pensamientos y correcciones alrededor de la cabeza angélica de Juan Evaristo, recomponía las facciones de este, atribuyéndole las suyas propias, mezcladas y confundidas con las de un ser ideal, que bien podría tener la cara de Santa Cruz, pero cuyo corazón era seguramente el de Moreno aquel corazón que la adoraba y que se moría por ella Porque bien podría Moreno haber sido su marido vivir todavía, no estar gastado ni enfermo, y tener la misma cara que tenía el Delfín, ese falso, mala persona Y aunque no la tuviera, vamos, aunque no la tuviera ¡Ah!, el mundo entonces sería como debía ser, y no pasarían las muchas cosas malas que pasan.
De tiempo en tiempo se moría uno, ya crecidito, y se aclaraban las filas.
Cuando recibí tu recado por conducto de la criada, cuando recibí tu carta diciéndome que te marchabas, me puse muy triste, creí que se me iba saliendo el alma del cuerpo y que me moría por grados.
Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer, y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo.
A lo que el señor judiciario, después de haber alzado la figura, respondió que la perrica se empreñaría, y pariría tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de mezcla, con tal condición que la tal perra se cubriese entre las once y doce del día, o de la noche, y que fuese en lunes o en sábado, y lo que sucedió fue que de allí a dos días se moría la perra de ahíta, y el señor levantador quedó acreditado en el lugar por acertadísimo judiciario, como lo quedan todos o los más levantadores.
Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso dél, ni le respondían a su demanda, moría y rabiaba de despecho y saña, y si él hallara en las ordenanzas de su caballería que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, él embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su grado.

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