Ejemplos con montañas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Bueno, me estoy retrasando, como el tren en León, el cual salió por último ya anochecido, y yo pasé durmiendo sobre las montañas nevadas.
Y en el rostro de aquella mole ingente, que era el Padre Alesón, se difundía una ternura húmeda, lacrimosa, así como el sol derrite la nieve en la cima de las altas montañas.
Eso de pasar sobre montañas cubiertas de nieve me entusiasmaba.
Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado, las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí, las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego.
Cultivarían la tierra ellos mismos, y buscaron jornaleros entre la gente sufrida y sumisa que, oliendo a lana burda y miseria, baja en busca de trabajo, empujada por el hambre, desde lo último de la provincia, desde las montañas fronterizas a Aragón.
En el fondo, sobre las obscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio, por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas, ladraban los perros tristemente, con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura.
Desde allí se domina toda la parte meridional del valle, limitado por las montañas de la Sierra, sobre las cuales desplegaba el cielo de invierno sus incomparables constelaciones: Orión, el Can, y el Navío entre cuyos mástiles centelleaba el soberbio Canopo.
Con esto, el mísero zagalillo de las montañas de Teruel se convirtió en un aprendiz listo, aseado y trabajador, que, según las profecías de los dependientes viejos, llegaría a ser algo.
Bajaban de las montañas, surgían de los barrancos, salían de los bosques, corrían por las llanuras, y se precipitaban en tropel por los callejones.
Ni la hermosura del paisaje ni el aspecto incomparable de las montañas, coronadas por el Citlaltépetl con brillante cono de nieve, ni la belleza sin igual del Pedregoso que corría gárrulo y cantante, distrajeron mi mente y ahuyentaron de mi alma la tristeza.
Y más allá más allá detrás de esas montañas que atraen las miradas de usted.
Clareaba el alba en la cima de los montes, y sobre la esplendorosa claridad del sol naciente se dibujaban los perfiles boscosos de los cerros de Villaverde, las grandes moles de la cordillera meridional, y las montañas de Pluviosilla envueltas en los vapores matinales que parecían gasas hechas girones en los picachos.
Me abismo en la contemplación del paisaje, te nombro, y mi alma corre hacia las montañas esas que me separan de tí, y escala las cimas, y vuela con las nubes, y va a velar tu sueño.
A la izquierda lejano caserío, la fábrica, el real , los establos, hacia los cuales volvía el ganado, la capilla con su torre envuelta en un manto de hiedras, a la derecha la vega villaverdina iluminada por los últimos reflejos del sol, y en el fondo las altas montañas de la Sierra, sombrías, boscosas, coronadas de abetos y de ocotes.
Sí, desde que salimos no aparta usted los ojos de aquellas montañas.
La lluvia no invadió el valle, se detuvo en las montañas, descargó allí, y pronto fué despejándose el cielo.
Deseaba llegar a Villaverde, y me sentía tentado de volverme a la hacienda, y huir, huir a las montañas, a los bosques, a ciudades remotas, para no saber nada, nada de lo que acontecía en mi casa.
El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de , esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel, y el padre y el hijo, con los trajes de pana deslustrados en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas, de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna, preguntando si necesitaban un.
Me pasaba yo largas horas en aquel sitio, siguiendo con mirada curiosa las nubes o los jirones de niebla que iban hacia allá impulsados por el viento, y me complacía en contemplar cómo se apagaban, poco a poco, en los picos de aquellas montañas, las últimas luces del moribundo día.
Montañas y valles permanecen velados durante algunas semanas, y sólo de cuando en cuando, de mañanita, asoma el sol su rostro paliducho a través de las gasas, como para decir a los villaverdinos que no ha muerto, que ya le tendrán, el mejor día, muy guapo y rozagante.
¡Qué bien se harmonizaba aquel vibrante vocerío con el despertar de valles y montañas, con los preludios del pueblo alado, con el susurro de las arboledas, con el canto idílico del Pedregoso, con el centellear de los luceros, y con el mugir de las vacadas en el cercano ejido!.
El cielo de un hermoso azul, el sol poniéndose detrás de la colina del Escobillar, y al Noroeste soberbias montañas, el pie nevado del Citlaltépetl.
El sol iba ocultándose lento y majestuoso en un abismo de oro, entre montañas de brillantes nubes, a través de las cuales pasaban las últimas ráfagas que subían divergentes a perderse en los espacios, o bajaban a iluminar con misteriosa claridad purpúrea las solitarias dehesas, los gramales de las laderas, los plantíos de caña sacarina, los carrizales cenicientos del río, las arboledas que dividen las heredades, y el tupido bosque de una aldea cercana, cuyo campanil recién enjalbegado surgía de la espesura como un pilar ruinoso.
A derecha e izquierda las montañas de Mata-Espesa, cubiertas con la exuberante vegetación de las tierras calientes, el cerro de los Otates que, visto desde el punto en que yo estaba, parece un camello que postrado en la arena aguarda el soplo abrasador de los desiertos.
¡Qué benéfico el aire de las montañas! Insufla en los pulmones vida nueva, acelera la sangre y comunica a las almas dulcísima alegría.
De las húmedas montañas, bañadas la víspera por copiosa lluvia, soplaba un vientecillo halagador y perfumado.
Imaginaos una llanura siempre verde, limitada en todas direcciones por obscuras montañas y risueños collados.
A fines de febrero las nieblas se remontan, y se van, para que las montañas luzcan sus nuevos trajes, el vistoso atavío con que se engalanan, los árboles al advenimiento de la primavera, la cual se acerca precedida de arrasantes huracanados vientos, que se llevan las frondas caducas, siegan las ramas muertas, hinchan con su hálito vivífico yemas y brotes, y aceleran el desarrollo de los capullos.
En las vertientes, en los repliegues de las montañas, en las espesuras del valle, fulguraban las hogueras.
Aniquilado por la impaciencia, me arrinconé en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero, recogí la indomable cortina y me puse a contemplar el paisaje, aquellos campos fértiles y ricos, aquellas montañas cubiertas de abetos, vistos diez años antes, a través de las lágrimas, una fría mañana del mes de Enero a los fulgores purpúreos del sol naciente.

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