Ejemplos con lustrosa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La corteza es amarillo-grisácea y algo lustrosa.
En las descripciones de Sir Dani en vida se le muestra como un capitán de la guardia real fornido y temerario, con una lustrosa cabellera negra, mirada profunda y perfecta barbilla cuadrada.
Había traído de su larga temporada en una tez pálida y lustrosa, una tez de monja en clausura, pero ya estaba obscuro como los demás, con la cara bronceada y curtida por el aire del mar y el sol africano de la isla.
Apóyanse en cayados de haya descortezada, lustrosa y marfileña, que parecen huesos mondados y antiguos.
Aunque tan fina y lustrosa y de tan bellos perfiles, nadie, si la llevas, osa cortarte el tendón de Aquiles.
En esta pendiente asomaban las villas sus fachadas blancas o rosadas entre los esplendores de una vegetación siempre verde y lustrosa.
Hermosas balleneras de madera pulida y lustrosa como el piso de un salón.
Este ostentaba una calva lustrosa que le tomaba casi toda la cabeza.
Por la noche, la orquesta, dirigida por el señor Anselmo con su gran llave lustrosa, dió serenata a la redacción.
Por último, el señor Anselmo, sacando la enorme llave lustrosa que le servía de batuta cuando dirigía la orquesta, abrió el taller donde dormía.
Visto por detrás, el ajuste del sombrero en la cabeza dejaba a la intemperie un segmento de la lustrosa calva del buen señor.
Era delicado, con las manos finas, la piel lustrosa, de un moreno pálido, los ojos grandes y dulces, tal vez en demasía para un hombre, y una dentadura igual y nítida, sin esa agudeza saliente que revela el instinto de la presa.
Y la pobre mujer ruborizábase, mostrando en su cara nacida y lustrosa de monja enclaustrada la misma expresión de vergüenza que si fuese ella la autora de la carta.
La peregrinación prosiguió a lo largo de unas mesas en las cuales, bajo toldos de madera, estaban apiladas las frutas del tiempo: las manzanas amarillas con la transparencia lustrosa de la cera, las peras cenicientas y rugosas atadas en racimos y colgantes de los clavos, las naranjas doradas formando pirámides sobre un trozo de arpillera, y los melones mustios por una larga conservación, estrangulados por el cordel que los sostenía días antes de los costillares de la barraca, con la corteza blanducha, pero guardando en su interior la frescura de la nieve y la empalagosa dulzura de la miel.
Sentáronse los tres en sillas de lustrosa madera, y doña Manuela, por costumbre, habló de los negocios y de lo malos que estaban los tiempos, eterno tema alrededor del cual giran todas las conversaciones de una tienda.
Era un muchacho guapo, moreno, con nariz aguileña, barba negra y lustrosa, una de esas cabezas gallardas, audaces y de enérgica belleza varonil que se ven con frecuencia en las tribus bohemias.
Iba caballero en la más alegre y lustrosa borrica que haya podido nunca reemplazar sin desventaja a un trotón de guerra.
Era joven, había regularidad en su semblante, tenía la barba algo crecida, los ojos vagos, la tez cárdena y lustrosa.
Gustaba de ocupar posiciones superiores a las que merecía, y recostaba en el marco de los espejos su cabeza calva y lustrosa.
Su piel era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer desmedrada y clorótica.
El padre Jerónimo de Matamala, uno de los frailes más discretos del convento de franciscanos de Ocaña, hombre de genio festivo y arregladas costumbres, dejó la esculpida y lustrosa silla del coro en el momento en que se acababa el rezo de la tarde, y muy de prisa se dirigió a la portería, donde le aguardaba una persona, que había mostrado grandes deseos de verlo y hablarle.
El patrón era un irlandés gordo y suculento, de cara encendida, lustrosa y redonda como un queso de Flandes.
Mi compadre se sonrió complacido y con una cara como unas pascuas, y mirándose en la superficie tersa y lustrosa de la navaja, me dijo:.
En el abandono de su letargo calenturiento reaparecía más claro el sello de la raza, lo oblicuo de los ojos, lo menudo, como rudimentario, de las facciones, la expresión mística, infantil, ingenua, de la faz, lo exiguo de la cabeza, la negrura lustrosa del lacio pelo.
Y mientras se hacen éstos o parecidos comentarios entre la gente, va pasando la cabaña y entrando en el gran cercado, hasta que llegan, cerrando la marcha, el toro, los terneritos, los perros y los pastores, el toro con sus ojeras blancas sobre una cara negra y lustrosa como el terciopelo, ondeando con cierta vanidad la piel, que casi le arrastra, de su robusto cuello, los becerritos con su pelo rizoso y bermejo y su carita expresiva, pisando con miedo, y rendidos de cansancio, los perros con su piel blanca con manchas negras, andando al pie de los terneros y mirando a todas partes con un gestecillo que parece decir: «al que los toque en el pelo, nos le merendamos,» por último, los pastores con abarcas de ''tarugos'', garrote nudoso, y al hombro, además del morral y la chaqueta, un ternero recién nacido, que nunca suele faltar.
Las rapazas vestían su mejor ropa, sus buenos dengues y mantelos de rico paño a la antigua, que ya no se estilan ahora, iban repeinadas, lustrosa la tez de tanto fregarla con agua y jabón barato, hasta lucían una sarta de cuentas azules, Esperanza, de granos de coral falso, Venturiña, pero tenían que sentar sobre los guijarros y el polvo el pie desnudo, y esto sería lo de menos, que avezadas estaban a guardar los zapatos para días de repique gordo, el caso era la vergüenza, el corrimiento de ir así, y que todos los mozos y aun los viejos preguntasen entre maliciosas cucadas de ojo la razón de un voto tan solemne y estrecho.
Y anda, anda, llegan los tres a un ancho portal muy charolado y resplandeciente, y sube, sube, por una escalera muy lustrosa, detiénense en un vestíbulo medio lujoso, medio limpio y medio obstruido por baúles amontonados y camareros sin educación.
Había grandes, había chicos, bien vestidos, otros pobres, acusando una pobreza franciscana en sus personas, de ropa lustrosa en los codos y agujeros en las rodillas.
Después de meditar un instante optó por la primera solución, pues la distancia que lo separaba de la costa era considerable, y como el sol muy pronto se encontraría debajo del horizonte, la falta de luz haría, al regreso, muy problemático que volviese a encontrar el cuerpo sumergido de la ballena que sólo mostraba una parte insignificante de su negra y lustrosa piel por encima del agua.
- Los ojos verdes, rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas e alçadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos e blancos, los labrios colorados e grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La tez lisa, lustrosa, el cuero suyo escurece la nieue, la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

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