Ejemplos con locuaces

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Inicio un programa de apertura a los medios de prensa y fue entrevistado por locuaces y agudos periodistas y se ganó la estima de todos ellos.
Junto a mí había dos tipos locuaces, que despotricando me rociaban con su saliva.
En esta parte estaba la redacción, y allí teníamos nuestro club y mentidero, con asistencia de amigos locuaces, adorantes de un dogma bellísimo, dispuestos a dar toda su saliva y en último caso su sangre por traerlo a los altares de la realidad.
En el cuadrado salón había también tropel de diputados, tropel de gente, pues entre tantos individuos ceñudos o risueños, serios o locuaces, el buen alavés no distinguía los padres de los hermanos, sobrinos y yernos de la Patria.
Los diputados fieles, apegados por respeto y amor a la casa paterna, con los aficionados políticos que les acompañaban en el duelo, velaban dispersos aquí y allí, en grupos que se juntaron locuaces y se disgregaban soñolientos.
Eufrasia elude las preguntas, cambia de conversación, niega cuando se ve estrechada, acaba por afirmar que todo concluyó, que fue una broma, chismorreo de damas locuaces, que no saben cómo pasar el rato.
La primera etapa de su viaje fue Burgos, a donde llegaron a las tres de la mañana, felices y locuaces, riéndose de todo, del frío y de la oscuridad.
Comiendo y hablando, tuve yo que decir, porque me lo preguntaron mis locuaces comensales, qué cosas se comían por los pudientes, y a qué horas, en «esos mundos de Dios».
Eran el uno muy alto y el otro muy bajo: los dos de espesas patillas grises, poco risueños ambos y nada locuaces.
Todos están más locuaces que antes, y hasta el viejo labrador ha desarrugado su habitual entrecejo.
Una vez allí la gente, varazo a esta rama, varazo a la otra, desde el suelo, si la vara alcanzaba al fruto, o desde la cruz del castaño si los erizos estaban muy altos, apañando esta moza las castañas sueltas, descachizando la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura, acopiando escajos secos unos mozos, avivando en lugar conveniente dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre, templando otras a su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en el fuego, con peligro de los cercanos ojos, canturriando unas aquí, relinchando otros allá, locuaces los más y risueños todos, el campo de la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto.
Sin haberse alejado el Pitorra del embarcadero medio cable todavía, no volvió a subir otro cohete por los aires, y se calló la banda del Hospicio, y volvieron todos los pañuelos a sus bolsillos y todos los sombreros a sus cabezas correspondientes, cesó la gritería de los más locuaces y ardorosos, y hasta el mismo Alhelí puso coto a sus payasadas, y arrimó a un lado el trompetón para desenfundar los gemelos que llevaba en bandolera, los escasos asientos que iban desocupados fueron ocupándose, entró en caja todo el mundo, y sólo quedaron de pie, en el centro del castillo de proa, el duque del Cañaveral, Froilán, Gorgonio y Perico, hablando como los simples mortales, y don Roque, el periodista y Sancho Vargas, que saboreaban en silencio el jugo de sus ocurrencias.
Eufrasia elude las preguntas, cambia de conversación, niega cuando se ve estrechada, acaba por afirmar que todo concluyó, que fue una broma, chismorreo de damas locuaces, que no saben cómo pasar el rato.
Los diputados fieles, apegados por respeto y amor a la casa paterna, con los aficionados políticos que les acompañaban en el duelo, velaban dispersos aquí y allí, en grupos que se juntaron locuaces y se disgregaban soñolientos.
Junto a mí había dos tipos locuaces, que despotricando me rociaban con su saliva.
Ni misia Tecla ni don Olimpio habían estado nunca tan locuaces.
Los más locuaces solo sabían decir:.

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