Ejemplos con leyenda

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cada año, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida?.
Y como la fantasía que la hermosura de Sol arrancó a Keleffy era ya a manera de leyenda en la ciudad, Pedro Real, con tacto y profundidad mayores de los que pudieran suponérsele, compró, para que nadie volviese a tocar en él, el piano en que habían tocado aquella noche Sol y Keleffy.
Y ya se sabía por toda la ciudad, con envidia de muchas locuelas, que tras de Sol del Valle había echado Pedro Real todos sus deseos, sus ojos melodiosos, su varonil figura, sus caballos caracoleadores, sus ímpetus de enamorado de leyenda.
En el tímpano, un relieve representaba a la Virgen rodeada de ángeles, vistiendo una casulla a San Ildefonso, piadosa leyenda repetida en varios puntos de la catedral, como si fuese el mejor de los blasones.
En la parte interior de la puerta del Mollete, el horrendo martirio del niño de La Guardia, la leyenda nacida a la vez en varios pueblos católicos al calor del odio antisemita: el sacrificio del niño cristiano por judíos de torva catadura, que lo roban de su casa y lo crucifican para arrancarle el corazón y beber su sangre.
Pero no la admiraba a ciegas, como todos los suyos: quería saber el y el de las cosas, comprobar en los libros las noticias vagas oídas a su padre con más carácter de leyenda que de hechos históricos.
Era la leyenda gloriosa de la Iglesia eternizada por la aguja antes de que pudiese hacerlo la imprenta.
Había despertado a aquellos hombres, iguales a los durmientes de la leyenda, inmóviles como estatuas en su cueva, mientras pasaban los siglos y la tierra se transformaba.
Y comenzó a enumerar los componentes que suponía en el tío Frasquito la leyenda, acabando por poner en el catálogo la nalga de corcho.
El tío Frasquito, resignado con el giro clásico que tomaba la leyenda, convino con Jacobo la hora en que habían de hacer al otro día la trascendental visita, porque el arrepentido esposo quería marchar a Biarritz cuanto antes.
Y rabiosillo y enfurruñado de que la leyenda de Malek-Adhel tuviera el ramplón desenlace de cualquiera comedia moratinesca, dejóse llevar de su espíritu de chismografía hermafrodita, diciendo:.
Días antes había pagado doscientos francos por un sello antiguo de cera de Yacoub Almanzor, que ostentaba en letras árabes esta hermosa leyenda: Que Dios juzgue a Yacoub, como Yacoub haya juzgado.
Diógenes le llamaba de ordinario , a veces , y perseguíale y acosábale por estrados y salones, y hasta entre las faldas de las damas, donde el afeminado prócer acostumbraba a refugiarse, con intempestivos abrazos que le arrugaban y tiznaban la inmaculada pechera, besos extemporáneos que obligaban a la pulcra víctima a lavarse y frotarse con , pisotones disimulados que le deslustraban el calzado y le reventaban los juanetes, o bestiales apretones de manos que le descoyuntaban los dedos, poniendo en riesgo de esparcirse por todas partes los treinta y dos componentes que asignaba a su cuerpo la leyenda.
Susurraba la leyenda que el tío Frasquito llevaba en su cuerpo treinta y dos cosas postizas, entre las cuales se contaba una nalga de corcho.
¡Buen castillo de humo levantó tu orgullo! ¡Curiosa leyenda de amores románticos y desesperados forjaste allá en tus adentros!.
En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.
Y seguían detrás las , escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile, las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo xvi, la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huida a Egipto, los Pecados capitales, con estrambóticos trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de la , los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación, heraldos a caballo, jardineros municipales a pie, con grandes ramos, carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tamboriles y el marcial pasacalle de las bandas.
Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba a por el macho para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses, pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del , entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.
De lo que sí no hacen misterio, de lo que se muestran francamente satisfechos, es de la ingénita lealtad que atribuye a los villaverdinos la leyenda de su viejo blasón.
Creeríase que grababan en lápidas inmortales la leyenda que el corazón de un inconsolable poeta les iba dictando letra por letra.
El mantón sería una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseño, no lo es por conservar el carácter de las artes primitivas y populares, es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fácilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda.
Cortos eran los réditos del caudal de Moscoso que no se deslizaban de entre los dedos temblones de fray Venancio a las robustas palmas del tutor, pero si lograban pasar a las de doña Micaela, ya no salían de allí sino en forma de peluconas, camino de cierto escondrijo misterioso, acerca del cual iba poco a poco formándose una leyenda en el país.
En nombre de las dos estatuasque eran las tías paternas del señorito de Limiosohabía visitado éste a Nucha, vivía también en el Pazo el padre, paralítico y encamado, pero a éste nadie le echaba la vista encima, su existencia era como un mito, una leyenda de la montaña.
¿De dónde procedía este cuento, variante de la leyenda del ogro? ¿Lo oiría Perucho en alguna velada junto al , mientras hilaban las viejas y pelaban castañas las mozas? ¿Sería creación de su mente excitada por los terrores de un día tan excepcional? Una empezaba el cuentoera un rey muy malo, muy galopín, que se comía la gente y las vivas.
¿Hay otra cosa que enmendar en esa leyenda, señor bachiller? preguntó don Quijote.
Eso es lo que yo digo también respondió Sancho, y pienso que en esa leyenda o historia que nos dijo el bachiller Carrasco que de nosotros había visto debe de andar mi honra a coche acá, cinchado, y, como dicen, al estricote, aquí y allí, barriendo las calles.
Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías.
Y para hacer la experiencia de si correspondían a mi estimación, las he comunicado con hombres apasionados desta leyenda, dotos y discretos, y con otros ignorantes, que sólo atienden al gusto de oír disparates, y de todos he hallado una agradable aprobación, pero, con todo esto, no he proseguido adelante, así por parecerme que hago cosa ajena de mi profesión, como por ver que es más el número de los simples que de los prudentes, y que, puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros.
No hubo bien oído don Quijote nombrar libro de caballerías, cuando dijo: Con que me dijera vuestra merced, al principio de su historia, que su merced de la señora Luscinda era aficionada a libros de caballerías, no fuera menester otra exageración para darme a entender la alteza de su entendimiento, porque no le tuviera tan bueno como vos, señor, le habéis pintado, si careciera del gusto de tan sabrosa leyenda: así que, para conmigo, no es menester gastar más palabras en declararme su hermosura, valor y entendimiento, que, con sólo haber entendido su afición, la confirmo por la más hermosa y más discreta mujer del mundo.
Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba.

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