Ejemplos con látigo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En el otro había refugio para los míseros, en este un látigo para los malvados.
Por tanto no temas, y dime todo lo que ocultas de mí, porque ni el fuego, ni el látigo, ni los dioses me podrán forzar a decir una palabra, no nací hasta ese punto mujer.
El Mago espero al Daño de Durin en un extremo del Puente, y el Balrog atacó con su espada roja y llamenante y un látigo de muchas colas.
Pero mientras caía, el látigo atrapó las rodillas de Gandalf y ambos se precipitaron hacia las profundidades.
Acompaña a Lady Chatterley a la casa del bosque de Samsa a hacer actos sadomadoquistas con una soga y un látigo.
De acuerdo con los Evangelios, Jesús se molestó sobremanera con los cambistas por la situación ocurrida en el Templo, y creó un látigo con varias cuerdas, hizo salir al ganado, regó las monedas de los cambistas, volteó las tablas de la gente que vendía palomas.
Siempre usando pesadas botas, látigo y pistola, entre otros actos Irma era conocida por lanzar furiosos perros hambrientos encima de los presos para devorarlos, asesinar internos a tiros a sangre fría, torturas a niños, abusos sexuales y palizas sádicas con látigo trenzado hasta provocar la muerte de las víctimas.
Durante las selecciones, el ángel rubio de Belsen, como más adelante había de llamarla la prensa, manejaba con liberalidad su látigo.
Levanta él látigo con facilidad, pero luego se arrepiente y a veces llora.
Desnoyers miró con inquietud el látigo que aún empuñaba su diestra.
Era la raya, de cabeza chata, ojos feroces y cola da látigo, moviendo el negro manteo de sus alas carnosas con una lentitud que rizaba los bordes.
Movía su látigo lo mismo que una caña de pescar sobre la enhiesta pluma, excitando la marcha del caballo con un alarido profesional Y como si su grito figurase entre las más dulces melodías, continuó diciendo, por una asociación de ideas:.
Todavía, con doble magnanimidad, quiso instruir a estos parroquianos indiferentes, mostrando a punta de látigo las bellezas y curiosidades de su catálogo.
EL QUIJOTE, su parto grandioso, es el látigo que castiga la risa, es el néctar que encierra las virtudes de la amarga medicina, es la mano halagüeña que guía enérgica a las pasiones humanas.
La sensible María Teresa, que se apiadaba de los perros abandonados en la calle y reñía con los cocheros cuando levantaban el látigo sobre las bestias, hablaba fríamente de la muerte, como si únicamente tuviera entrañas para su amor y el resto del mundo careciese de interés.
No llevaba espuelas ni látigo, mas el bravo animal obedeció a su voz, mejor dicho, a sus rugidos, y tomó un escape violentísimo.
Allí, a aquellos campos donde entregó su vida el héroe más puro y grande del poema de hierro de nuestras guerras de independencia, debieran ir los que ahora, olvidados de todo lo que no sea su personal interés, ponen la patria de cabalgadura y de látigo la gloria que conquistaron en su defensa, los eternos que no piensan ni por un momento en la gloria de morir peleando por la libertad y sí en lo cómodo de vivir, aunque sea de rodillas, a los pies de los amos del momento, los que no saben que hay algo más triste que ser esclavo, y es mostrar que no se es digno de ser libre ¿Y se perderá entre los cubanos el recuerdo de existencia tan pura, tan meritísima y ejemplar? ¿Será tanta nuestra pequeñez, que ocupados en buscar la comodidad y el gusto y el regalo personal, no miremos que se nos puede caer la casa de todos, la obra santa que él coronó a costa de su sangre? ¿Será todo chiste, ira, medro? Inspirémonos en él, y depongamos nuestros agravios y nuestras inquinas: amémonos los unos a los otros, y clavemos en lo más firme y alto de nuestra tierra la bandera de nuestra nacionalidad.
Nació en plena corrupción colonial, cuando era Cuba mártir, el vertedero de todo lo podrido, el refugio de todos los estorbos, de todos los hambrientos y desocupados de España, cuando era nuestra tierra, el criadero de una milicia viciosa y enfermiza, robada a la Agricultura y a la Industria de su país, cuando era esta ciudad, jardín de América hoy, corral blando y holgado de Capitanes Generales infecundos, logreros e imperiosos, cuando la bandera roja y gualda flotaba sobre nuestra casa y a su sombra los cubanos estaban condenados a perpetua cobardía y los españoles autorizados para enriquecerse y engordar sus vicios insolentes, cuando el criollo moría en la miseria y el peninsular paseaba satisfecho en el carruaje comprado con el oro que manaba del crimen, cuando había más cárceles que escuelas, y el látigo infamante chasqueaba sobre las espaldas de los hombres de una raza tan necesitada de justicia como la nuestra, cuando el cubano que no se sometía a servir de celestino al pisaverde madrileño que lo solicitara, iba a purgar su osadía en el presidio, cuando el talento de los nativos dormía echado bajo la bota del déspota ceñudo, y la capa torera sobre los hombros y la cinta de hule en el sombrero, eran los únicos pasaportes de honor y las únicas cédulas de vida, verdaderas.
Vienen empujados por la miseria, y ya que no podemos agradecer su sacrifico con el látigo, les pagamos con malas palabras.
Habíanse sucedido al lado de él varias parejas de padrinos, fatigados de seguirle en el relampagueo de su trabajo, pero los que ahora le acompañaban tenían que gritar con más lentitud, esforzándose en vano por animarle y enardecerle, tirando de él con la palabra como si fuese una bestia cansada y vacilante que se encabritase bajo el látigo, sin poder salir de su paso.
¡Ah! Lo del arado era muy chistoso, y cada cual se imaginaba ver a su amo, al panzudo y meticuloso rentista o a la señora vieja y altiva, enganchados a la reja, tirando y tirando para abrir el surco, mientras ellos, los de abajo, los labradores, chasqueaban el látigo.
La lucha no tenía fin hasta que pasaba algún carretero que enarbolaba el látigo, o salía de las barracas algún viejo, garrote en mano.
Su caballo no llevaba ímpetu bastante y hubiera caído en ella, si el Padre, conociéndolo, no hubiera llegado en sazón, excitando el caballo con el látigo, y con el ejemplo, porque saltó primero.
El tétrico conductor, con su librea negra y mugrienta, pasó, rociando de injurias al distraído y amenazándole con su látigo.
El señor Cuadros, tirando de las riendas para refrenar su veloz caballo y agitando el látigo, las saludaba desde lo alto de aquella cáscara de nuez montada sobre ruedas.
El cura de Boán no quiso más garrote que el suyo, que era formidable, Ramón Limioso, fiel a su desdén de la grey villana, asió el látigo más delgado, un latiguillo de montar.
¡Qué no haría él por servir de algo a la nenita idolatrada! A veces el cariño le inspiraba ideas feroces, como agarrar un palo y moler las costillas a Primitivo, coger un látigo y dar el mismo trato a Sabel.
Precedido de don Pedro, echó a andar látigo en mano y resonándole las espuelas, de modo que la imagen bélica que acababa de emplear parecía exacta, y cualquiera le tomaría por el general que acude a decidir con su presencia y sus órdenes la victoria.
Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante.

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