Ejemplos con lámina

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se forma principalmente en la raíz en forma de media luna y sobresale del color de su lámina ungueal.
Los techos son de lámina y piso de cemento.
La base de la lámina foliar a menudo es atenuada o parecida a un pecíolo.
La lámina foliar es entera, paralelinervada, con un meristema basal persistente y desarrollo basípeto.
Por el contraste, Las comunidades rurales tienen un alto porcentaje de casas con pisos de tierra, techos de lámina y palma, agua entubada extradomiciliaria y en la mayoría no tienen drenaje.
Se compone de una espesa capa de arcilla secundaria y arenisca ferruginosa, sobre la que se acumula una lámina de arena gris rodeada por un manto de fragmentos vegetales, principalmente de pino silvestre pero también de roble, nogal, abedul y alisos.
Los Estados Unidos desarrollaron un chaleco de Doron Plate, una lámina hecha a base de fibra de vidrio.
Consta de lámina perpendicular del etmoides, cartílago cuadrangular del tabique nasal, y el vomer.
Cada fachada lateral posee tres accesos, dos dan con la nave lateral y la tercera con la sacristía, e igual que las puertas de la fachada principal están hechas en madera, forradas en lámina de hierro pegada con grandes clavos cabezones en forma de botón.
Esta labor secular iba royendo la costa, arrebatándola su coraza de piedra, lámina por lámina.
Los había visto mucho más grandes en las pescas de alta mar, pero con un encogimiento imaginativo, suponía que la lámina azul del estanque era toda la masa del Océano, los pedruscos del fondo montañas submarinas, y él, aplastando su personalidad, se hacía del tamaño de las pequeñas víctimas que bajaban hasta los tentáculos devoradores.
Filas de hombres despechugados hacían frente al fresco de la mañana, inclinándose sobre la lámina acuática para lavarse con ruidosas ablaciones seguidas de enérgicos restriegos En un puente escribía un soldado, empleando como mesa el parapeto Los cocineros se movían en torno de las ollas humeantes.
Los tres quedaron en extática admiración ante la lámina que representaba la loca carrera de los jinetes apocalípticos.
A través de las sudamericanas, finas y elegantes, como si se hubiesen escapado de una lámina de periódico de modas, sus ojos buscaban con admiración a otras damas peor trajeadas, gordas, con armiños teatrales y joyas antiguas.
Después sólo quedó en el lugar ocupado por él una lámina blanca y brillante.
Se veían blancos veleros anclados al final de la pendiente, un pedazo de lámina acuática y las casas del muelle opuesto, empequeñecidas por la distancia.
Su color claro, visto desde las tinieblas de la profundidad, se confundía con la lámina blanca y luminosa de la superficie.
Su proa cortó la infinita lámina del Amazonas, apartando los troncos gigantescos arrastrados por las inundaciones de la selva virgen, para anclar frente a Pará o frente a Manaos, tomando cargamentos de tabaco y café.
Una vez, con unos cuantos compañeros suyos, publicó en el colegio un periodiquín manuscrito, y por supuesto revolucionario, contra cierto pedante profesor que prohibía a sus alumnos argumentarles sobre los puntos que les enseñaba, y como un colegial aficionado al lápiz pintase de pavo real a este maestrazo, en una lámina repartida con el periodiquín, y don Manuel, en vista de la queja del pavo real, amenazara en sala plena con expulsar del colegio en consejo de disciplina al autor de la descortesía, aunque fuese su propio hijo, el gentil Manuelillo, digno primogénito del egregio varón, quiso quitar de sus compañeros toda culpa, y echarla entera sobre sí, y levantándose de su asiento, dijo, con gran perplejidad del pobre don Manuel, y murmullos de admiración de la asamblea:.
Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuando esplende en todo su fuego el mediodía, que como toda naturaleza subyugadora necesitaba ser subyugada, que de un modo confuso e impaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerza verdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballos desalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad y de los troncos abatidos, Lucía, que, niña aun, cuando parecía que la sobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debía fatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores del jardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente los pececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de su último sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojos brillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas, que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejaba salir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y de flores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente, entre almas buenas que le escuchaban con amor, Lucía, en quien un deseo se clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener que renunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando el anzuelo se le retira queda la carne del pez, Lucía que, con su encarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y los florales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en que lo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazos caídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente, de aquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde miraba le resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad y su mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embuten los hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado, Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unas como arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles, unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, le tendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podía hablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos, Lucía, en quien las flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas de metales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho, Lucía, que padecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojos de Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de su santo, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a sus pensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que Juan Jerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo y blando, en su otra mano.
A continuación venía el respaldo del hueco de la escalera por la que los arzobispos descienden desde su palacio a la iglesia, un muro de junquillos góticos y grandes escudos, y casi a ras del suelo, la famosa piedra de luz , delgada lámina de mármol transparente como un vidrio, que alumbra la escalera y es la principal admiración de los rústicos que visitan el claustro.
En las acequias conmovíase la tersa lámina de cristal rojizo con chapuzones que hacían callar a las ranas, sonaba luego un ruidoso batir de alas, é iban deslizándose los ánades lo mismo que galeras de marfil, moviendo cual fantásticas proas sus cuellos de serpiente.
Abominables sentencias, infames propósitos, conjuros del infierno, estaban grabados en mi pecho, como en lámina de bronce, pero con tinta invisible, que sólo el reactivo de los celos ha hecho patente para mi vergüenza.
Con aquella tela se forraría la pared, formando la bandera española, y en el centro se pondría una lámina del Cristo del Gran Poder, propiedad de la portera.
Casi estoy por decirte que mejor te cuadra un marido como el que tienes, que otro de mejor lámina, porque con un poco de muleta harás de él lo que quieras.
Vea usted al marquesito de Casa-Bojío, le embargué el mes pasado, le vendí hasta la lámina en que tenía el árbol genealógico.
De la pared colgaba una grande y hermosa lámina detrás de cuyo cristal se veían dos trenzas negras de pelo, hermosísimas, enroscadas al modo de culebras, y entre ellas una cinta de seda con este letrero: ¿De quién es ese pelo? preguntó Jacinta vivamente, y la curiosidad le alivió por un instante el miedo.
No faltaban allí la cómoda y la lámina del Cristo del , ni las fotografías descoloridas de individuos de la familia y de niños muertos.
Veían las cocinas con los pucheros armados sobre las ascuas, las artesas de lavar junto a la puerta, y allá en el testero de las breves estancias la indispensable cómoda con su hule, el velón con pantalla verde y en la pared una especie de altarucho formado por diferentes estampas, alguna lámina al cromo de prospectos o periódicos satíricos, y muchas fotografías.

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