Ejemplos con jardín

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Vamos al jardín para ,- el pobre canario.
No puedo ,- en el jardín sin ,- el rosal grande.
A la noche ,- bajar al jardín ,- enterrar ,- debajo del rosal.
Por la ventana del jardín, la clara noche de estrellas temblaba, dura y fría.
Vamos al jardín a ver las rosas antes de que Vd.
Oye, a la noche, los niños, tú y yo bajaremos el pájaro muerto al jardín.
Se zafa de sus compañeros, se escurre por un pasillo, en busca de una botella vacía, sale al jardín y da un gran rodeo, porque nadie sospeche la maniobra.
Lleno de tiendas de gran fachada, no se vendía en ellas lo más indispensable para la vida que allí hacía la gente encopetada, gruñían y se revolcaban los cerdos en las calles mal empedradas, pastaban las aves de corral en las grietas de las aceras y en los rincones de la plaza, y en el campo inmediato, mitad jardín y huerta, mitad de labranza, ni esponjaban las flores, ni maduraba la fruta, ni el trigo espigaba, ni el heno crecía.
Van del brazo, por el jardín de asfodelos, envueltos en la niebla dorada del sol, que produce una ilusión evanescente, como si aligerase la gravedad de las cosas materiales.
Así que asoma el señor Colignon en el jardín, los viejos, desparramados de un lado y otro, acuden a él, con paso vacilante y premioso, como entre sueños, cuando los movimientos están entorpecidos por rémoras pesadas e invisibles.
Cada vez que el señor Colignon, tan carnal y concreto, se asoma a aquel jardín, se figura pisar las lindes primeras de los Campos Elíseos, habitados por las imágenes desencarnadas de los que fueron y ya no son, de aquellos que dejaron en la tierra el cuerpo sólido, sede de los placeres amables, y no conservan sino la apariencia de vida, y con ella las pasiones añejas, porque las pasiones son el alma, y el alma es indestructible.
El señor Colignon recorre unos pasillos, donde huele a bazofia, y sale al denominado jardín, un jardín sin más flores que algunos asfodelos.
Están en el jardín, de seguro, esperándole con impaciencia.
¡Cómo eché de menos a la joven! Recorría yo la casa en busca de ella, me iba yo a vagar por el jardín, imaginándome que allí la encontraría, y turnaba yo a mi cuarto desconsolado y abatido.
Tía Carmen, sentada en su sillón y muy aliviada de sus males, nos contempla y sonríe, tía Pepilla parece una abuela bondadosa y tierna, tu papá charla y se goza en nuestra dicha, y mientras tú y yo estamos en el comedor y preparamos una sorpresa al santo sacerdote, poniendo entre los pliegues de su servilleta los retratos de la gente menuda, allá, en el fondo del jardín dos chiquitines inteligentes y guapos, muy vestidos de gala,una niña que se parece a tí, y un rapazuelo que se parece a mícorren en pos de un aro tintinante.
Cierto que todas las tardes paseamos en el jardín, pero no solos, como usted dice, Luisa.
¿No es cierto que esa niña y usted se pasean en el jardín, solos, solitos?.
Una tarde, después de una escena de éstas, fuimos al jardín, Fernández y la señorita se quedaron con el niño en un merendero, Gabriela y yo nos perdimos, a lo largo de una calle de fresnos, en busca de violetas.
Las horas pasaban dulcemente, dulcemente, como las ondas del río lejano que nos enviaba, a través de los bosques rumorosos, y de las alamedas del jardín, el canto misterioso de sus turbias aguas.
Me pasaba yo el día leyendo, escribiendo y cuidando del jardín.
Por la ventana, abierta de par en par, entraban los aromas del jardín, el agua corría silenciosa por el sumidero del pilón, y de cuando en cuando, anunciador de la estación florida, preludiaba un jilguero su amorosa serenata.
Me escapo, me voy al jardín, o a la iglesia, y allí, solita, sin que nadie me vea, lloro y lloro por tí.
El viento inundaba la habitación con los mil aromas del jardín, y el amor derramaba en mi alma el perfume embriagante de los años juveniles.
Aquella mesita baja y larga, cubierta con un mantel viejo, iluminada por un quinqué con pantalla verde, y llena de cajitas, ruedas de alambre y rollos de papel, se me antojaba, a veces, como un arriate engalanado con todos los primores de un jardín.
Tenía agua corriente, y un gran patio, que mis tías habían convertido en hermoso jardín, donde se producían hermosas flores y magníficas frutas, naranjas de China, como almíbar de dulces, aguacates, muy afamados en Villaverde, chinenes, blancos como la leche y sin una hebra, jinicuiles riquísimos, anchos, aromáticos, carnudos, guayabas-manzanas deliciosas.
Entonces pude columbrar el interior: gracioso jardín, amplios y frescos corredores, pretiles llenos de macetas con rosales, camelias y azaleas, jaulas y jaulitas, una pajarera llena de canarios que cantaban regocijados.
La plaza, mejor dicho el centro de ella, jardín en otro tiempo, gracias a los empeños de un prefecto santanista, se conservaba como yo la dejé.
Y allí, ¡qué fiesta tan hermosa! ¡Qué desayuno aquel! ¡El comedor que parecía un jardín! Sobre blanco mantel las garrafas llenas de leche fresca, en fuentes que sólo salían cuando repicaban recio, pasteles, tortas, hojaldres, las bizcotelas del convento de las Teresitas, suaves, esponjadas, porosas, llovidas de azúcar como nieve, vasos y copas que de limpios parecían diamantes.
Una intrusa jamás olvidada, la obsesionante compañera de un pacto adolescente, acude siempre a citas que no fueron para ella: Cordelia impalpable y silenciosa, estatua derribada en el jardín que heló y eternizó con labios de mármol perfecto, el primer beso.

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