Ejemplos con interminables

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al abrir el herido los ojos era de noche, eternamente de noche, como si el globo viviese condenado a interminables tinieblas.
Y los grandes capitanes del presente, con sus interminables rebaños de hombres, no habían realizado mayores hazañas que el comendador Príamo con un puñado de marineros.
Como todos los enfermos, sentía la necesidad de hablar, y sus palabras eran interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado.
Las interminables persecuciones sufridas por sus ascendientes irritaban a Valls.
Al volver a la Península con el propósito de seguir sus interminables estudios, iba fortalecido por la vida de campo, arrogante por sus ensayos del jardín y deseoso de tener el ansiado duelo con el primero que le diese el más leve pretexto.
El suelo estaba en la penumbra, mientras las paredes brillaban como un jardín de vivos colores, cubiertas de interminables tapices con figuras de doble tamaño natural.
Algunas quedaron vivas para siempre en su memoria, donde empezaban a confundirse tantos recuerdos de tierras exóticas y mares interminables.
Querían soñar bajo la nieve perfumada de los interminables bosques de naranjos, ser dueños de los valles abrigados donde el mirto y el jazmín embalsaman el aire salitroso, de los volcanes mudos que dejan crecer entre sus rocas el áloe y el cacto, de las montañas de mármol que descienden sus blancas aristas hasta el fondo del mar y refractan el calor africano emitido por la costa de enfrente.
Sobre la copa azul del puerto trenzaban sus interminables contradanzas las gaviotas del Mediterráneo, pequeñas, finas y blancas como palomas.
Mientras el acompañamiento desfilaba, con lentitud de duelo, por las calles mal empedradas de León, el tren corría, corría, dejando atrás las interminables alamedas de chopos que parecen un pentagrama donde fuesen las notas verde claro, sobre el crudo tono rojizo de las llanadas.
Más allá del andén, extrañamente silencioso ya, resplandecía el cielo claro, de acerado azul, se extendían monótonas las interminables campiñas, los rieles señalaban como arrugas en la árida faz de la tierra.
El peligro común, la miseria de las marchas interminables para burlar al enemigo, la escasez sufrida en los yermos y picachos que les servían de refugio, los igualaban a todos, entusiastas, escépticos e ignorantes.
Todos sentían por igual el deseo de resarcirse de las privaciones, de acallar la bestia que llevaban dentro, irritada y despierta por una vida de bruscos cambios, tan pronto en la abundancia loca y despilfarradora del saqueo, como en las penalidades de la marcha por llanuras interminables, sin ver el menor rastro de vida.
La espiral azulada de su cigarrillo parecía arrastrar su pensamiento por las interminables revueltas del pasado.
Y después venían las horas de inquietud por la ausencia de su marido, unas tardes interminables, de angustia, esperando al hombre que nunca regresaba, saliendo a la puerta de la barraca para explorar el camino, estremeciéndose cada vez que sonaba a lo lejos algún disparo de los cazadores de golondrinas, creyéndolo el principio de una tragedia, el tiro que destrozaba la cabeza del jefe de la familia o que le abría las puertas del presidio.
En las Cuatro Calles, frente a las ruinas de la calle de Sevilla, coronadas ya, como las de Itálica, por el amarillo jaramago, tomó Jacobo un simón para evitar la afluencia, eterna en aquel sitio, de gentes que van y vienen, formando en las aceras cordones interminables de hombres, de mujeres, de niños, cobijados todos aquel día bajo sus paraguas, que remedaban, yendo y viniendo y cruzándose, una larga procesión, una contradanza fantástica de hongos fenomenales.
Por los ribazos laterales, con un brazo en la cesta y el otro balanceante, pasaban los interminables cordones de cigarreras é hilanderas de seda, toda la virginidad de la huerta, que iban a trabajar en las fábricas, dejando con el revoloteo de sus faldas una estela de castidad ruda y áspera.
Mientras más se acercaba el suspirado día, más tiernos estaban los novios, sus coloquios íntimos eran interminables: juntos salían a caballo, doña Luz en el suyo, y D.
De aquí, sin duda, los interminables noviazgos de mi tierra, en los cuales además se dan los más bellos ejemplos de firme constancia que pueden registrar las historias de amor.
Y el cura don Miguel había seguido yendo con constancia a la tertulia, si bien los diálogos sabios del Padre y de doña Luz le magnetizaban y embelesaban de tal suerte, que a los pocos minutos de empezar a oírlos, solía quedarse profundamente dormido, acompañándolos y animándolos a veces con una música de ronquidos interminables y sonoros.
El aparato religioso, las imágenes de plata, los cleros entonando sus himnos a voces solas, las interminables cofradías, no la habían impresionado tanto como este continuo desfile de grandezas humanas, y sus ojos se iban deslumbrados tras las fajas de los generales, las placas que centelleaban como soles, los bordados de caprichoso arabesco, las empuñaduras cinceladas y brillantes y las bandas de moaré que cruzaban los pechos como un arroyo ondeante de colorines.
Desfilaban los cleros parroquiales con sus áureas cruces, los seminaristas con la frente baja y los ojos en el suelo, cruzadas las manos sobre el pecho, y en toda la extensión de la plaza, a la luz de los cirios, que brillaban con más fuerza en el crepúsculo, veíanse dos filas interminables de deslumbrante blancura, compuestas por los rizados roquetes y las albas de ricas blondas.
Mirando los salones interminables que parecían iglesias, pensábase involuntariamente en la noche, cuando las sombras ahogaban la macilenta luz de la candileja del avaro y los pasos del viejo y su criada sonaban como en el ulterior de una cripta, en un medroso silencio interrumpido por los crujidos de la madera vieja y las veloces carreras de las ratas.
La plazuela pareció animarse, lanzando interminables carcajadas.
Volaban los tricornios a los balcones, cada cara bonita provocaba floreos interminables, en los que la hipérbole dilatábase hasta lo desconocido, y había muchacho que, impulsado por alguna copita traidora, despreciaba la vulgar invitación de las escaleras y se encaramaba por la fachada, agarrándose a las rejas, para entregar un ramo de flores a la niña y pedirle un duro a la mamá.
Se había librado de doña Clara, aquella posma que nunca terminaba relato alguno, saltando de una conversación a otra, lo que hacía sus visitas interminables.
No tenía mujer ni hijos, ¿para quién, pues, las fabulosas riquezas que aquellos miserables se imaginaban en poder de don Eugenio? Las demandas eran interminables, no desmayando los pedigüeños ante la aspereza del comerciante, poco inclinado a la generosidad.
Sobre esta zona se dibujaban los perfiles suaves y ondulados de lejana cordillera, y la arrogante cúpula de la iglesia del Cristo, domo correcto y presumido, rematado con una cruz de hierro, en torno de la cual trazaban círculos interminables algunas docenas de rezagadas golondrinas.
Si pensaba en Andalucía, oía la patética rondeña y la tristísima caña, que con sus interminables cadencias traen a la imaginación los páramos infinitos de los desiertos de Africa.
La joven reconoció a Estupiñá, que había sido vecino suyo cuando ella vivía en la Cava, donde tuvieron principio sus interminables desgracias.

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