Ejemplos con insolencia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El adoquinado le enviaba por sus respiraderos la fetidez de unas alcantarillas solidificadas por la escasez de agua, los balcones esparcían el polvo de las alfombras sacudidas, el palacio-quimera se tragaba con una insolencia de rico novel todo el cielo y el sol que correspondían a Ferragut.
Pero noten ustedes cómo en medio de lo ridículo del caso resalta siempre la soberbia y la insolencia del clero ¡Siempre disponiendo de los rayos celestes, como si Dios les hubiera dado a ellos la llave! Eso es insufrible, y cien veces lo he dicho y lo repetiré otras ciento: la dureza y la intransigencia del clero es lo que está carcomiendo la Iglesia de España.
No había ido por la tarde al paseo del Prado, incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada! Quedóse, pues, en su casita, como mujer de provecho, cuidando de Fernandito, que andaba desmazalado, y ya entrada la noche, llegó primero el excelentísimo Martínez y a poco el senador del reino don Vicente Cascante.
Lanzábanlo con grande fuerza sobre las damas que pasaban, y asustadas ellas con el ruido, encogíanse prontamente, levantando la cabeza, entonces, si eran jóvenes y bonitas, arrojábanles una lluvia de dulces y flores, si eran viejas o feas, sacábanles la lengua con la mayor insolencia.
Y entonces, reciente aún aquella impresión nobilísima que elevaba las inteligencias y movía los corazones, iban a ver en Jacobo lo que es esa misma grandeza cuando refleja en un charco los rayos de su gloria, cuando el vicio la deslustra y la bajeza la empuerca, y el olvido de la propia dignidad la pone al servicio de un Martínez, que apoya en ella la pataza para encaramarse en lo alto y darle después, una vez arriba, desde la cumbre de su insolencia, la más ignominiosa de todas las coces: la coz del asno.
¡Proponer a María Villasis para presidenta! ¡Si eso no se le ocurre ni al que asó la manteca! Y claro está, sucedió lo que tenía que suceder: que la muy mojigata dio con todo al traste, pero con un atrevimiento, con una insolencia, aludiendo claramente a la pobre Curra, diciendo con una risita de mil demonios que su modestia le impedía ser ella presidenta donde había una vicepresidenta tan digna Y la pobre Curra calló, calló por prudencia, pero bien se le conoció que quedaba sentidísima.
Una exclamación general de asombro se escapó de todos los labios, ahogando el sordo rugido de rabia y despecho que hinchó la garganta de Currita Sobre el blanco terciopelo que forraba el interior destacábase, en toda su magnificencia, la obra maestra de Enrique de Arfe, el marco antiguo de plata cincelada que había regalado ella a Jacobo en aquel mismo estuche, con su propio retrato de reina japonesa Este había desaparecido, y veíase en su lugar otra extraña fotografía: representaba una camelia de tamaño natural, y echada sobre ella como sobre el alféizar de una ventana, aparecía el busto de una mujer, de la dama duende que todos conocían, apoyada la mejilla izquierda sobre ambas manos cruzadas, mirando al frente con provocativa insolencia, sacando la lengua con gesto de pilluelo redomado a todo el que mirase el retrato por cualquier lado que fuese, por debajo, leíase escrito con muy buena letra inglesa:.
No vio nada: dos fantasmas blancos pasaban por delante, arrastrando por debajo de los amplios albornoces las largas colas de terciopelo negro, dejando asomar la vieja por el abrigado capuchón una corva nariz caída y afilada, luciendo tan sólo la joven unos ojazos azules, que creyó Currita se fijaban en ella con provocativa insolencia.
La andaba revuelta, y Jacobo, de pie en el palco, flechaba los gemelos con distinguidísima insolencia en la dirección marcada por Currita, sin hacer caso de las chistosas observaciones que, a juzgar por sus risas, parecían hacerle los compañeros.
¡Ah, si la Grandeza entera de España, comprendiendo al fin sus intereses hiciera lo mismo, y dejando a los ricos improvisados y a los políticos de pacotilla, el lujo con sus vicios, el poder con sus truhanerías, fuese ella caritativa en los campos, mientras eran ellos usureros en la corte, diese ella su mano al pobre campesino, mientras ellos le rechazan con altanería, el pueblo, el verdadero pueblo comprendería al fin cuáles eran sus amigos sinceros, y el lodo de la política podría fermentar en la corte, producir revoluciones, lanzar sobre el país decretos inmundos! Mas toda aquella insolencia expiraría sin fuerzas sobre la yerba de los campos, y la ola de cieno no mancharía jamás el dintel de sus iglesias y castillos, defendidos por un baluarte de caseríos.
El autor, que tan sin escrúpulos de ningún género ataca de frente al vicio y a la insolencia, se reserva siempre su juicio sobre individuos determinados, y se halla muy distante de pretender herir personalidad ninguna, por despreciable que le parezca.
Doña Luz miró, pues, como una malicia villana y ruin el pensamiento de doña Manolita, y como una insolencia la expresión de dicho pensamiento por medio de la palabra.
¿Qué diferencia radical e importante se da entre la amistad más tierna y exclusiva, entre la predilección más marcada de un hombre por una mujer y de una mujer por un hombre, ninguno de los dos viejo aún, y el amor más puro, más platónico y más sublime? Doña Luz se ponía a sí misma esta cuestión, y, no acertando a resolverla sino en el sentido de que no se da diferencia, o que, si se da, apenas es perceptible y se quiebra de puro sutil, decidía que no era absurdo ni insolencia suponer y afirmar que estuviese enamorado de ella el P.
Sus infames disculpas, sus burlas cínicas cuando le arranqué la máscara, el desdén con que me dijo que yo no sabía vivir y que me había forjado del mundo una idea fantástica, y la insolencia con que acabó por calificarme de loca y de insensata, me han afirmado en mi decidido propósito de una eterna separación.
Eran los seres pacienzudos, honradotes y laboriosos a quienes la insolencia valenciana designa con el apodo de , título entre compasivo e infamante.
Por la mañana arremolinábase la gente, con empujones y codazos, en torno de los revendedores que en la plaza de San Francisco voceaban las de sol y de sombra , y como si la ciudad acabase de sufrir una invasión, tropezábase en todas partes con gentes de la huerta y de los pueblos: unos con pantalones de pana y manta multicolor, y otros, los tipos socarrones de la Ribera, vestidos de paño negro y fino, la chaqueta al hombro, dejando al descubierto la blanca manga de la camisa, los botines de goma entorpeciéndoles el paso, y en la mano un bastoncillo delgado, casi infantil, movido siempre con insolencia agresiva.
Con el sucio pañuelo de hierbas en la mano, accionaban dando gritos ante el mostrador de , pero las rarezas de aquel señorito que hablaba solo y miraba al balcón de enfrente llamaron su atención, y con la cariñosa insolencia de los borrachos alegres, pusiéronse a contemplarle, riendo de sus gestos dolorosos.
Acogíala con un gesto de rústico desprecio, un fruncimiento de labios desdeñoso: algo que mostrase la indignación de una castidad hasta la rudeza, la insolencia de una virtud salvaje.
Tu lacayo tiene la insolencia de vivir más que tú.
Púsose Mauricia de un salto en el rincón frontero al corredor donde las madres estaban, y desde allí las miró con insolencia, sacando y estirando la lengua, y haciendo muecas y gestos indecentísimos.
Finalmente, tan gallarda y porfiadamente se resistió Leocadia, que las fuerzas y los deseos de Rodolfo se enflaquecieron, y como la insolencia que con Leocadia habia usado no tuvo otro principio que de un ímpetu lascivo, del cual nunca nace el verdadero amor que permanece, en lugar del ímpetu que se pasa, queda, si no el arrepentimiento, a lo ménos una tibia voluntad de segundalle.
Lope, que se vió asaetear de tantas lenguas y con tantas voces, dió en callar, creyendo que en su mucho silencio se anegara tanta insolencia, mas ni por esas, pues miéntras mas callaba, mas los muchachos gritaban, y así probó a mudar su paciencia en cólera, y apeándose del asno, dió a palos tras los muchachos, que fué afinar el polvorin y ponerle fuego, y fué otro cortar las cabezas de la serpiente, pues en lugar de una que quitaba, apaleando a algun muchacho, nacian en el mismo instante no otras siete sino setecientas, que con mayor ahinco y menudeo le pedian la cola.
—Sosegáos, señor, por lo que debeis a un buen soldado, y hacedme merced de poneros a mi lado, que yo os libraré de la insolencia y demasía deste desmandado vulgo.
Digo pues, que habiendo visto la insolencia, latrocinio y deshonestidad de los negros, determiné, como buen criado, estorbarlo por los mejores medios que pudiese, y pude tan bien, que salí con mi intento.
—¡Oh cruel renegado, enemigo de mi divino profeta! ¿Y es posible que no ha de haber quien castigue tu crueldad y tu grande insolencia? ¿Cómo, maldito, has osado poner las manos y las armas en tu cadí, y en un ministro de Mahoma?.
Amaneciendo pues el dia en que segun la intencion de Mahamut y de Ricardo habia de ser el cumplimiento de sus deseos, o el fin de sus dias, descubrieron un bajel que a vela y remo les venia dando caza: temieron fuese de cosarios cristianos, de los cuales ni los unos ni los otros podian esperar buen suceso, porque de serlo, se temia ser los moros cautivos, y los cristianos, aunque quedasen con libertad, quedarian desnudos y robados, pero Mahamut y Ricardo con la libertad de Leonisa y de la de entrambos se contentaran: con todo esto que se imaginaban, temian la insolencia de la gente cosaria, pues jamas la que se da a tales ejercicios, de cualquiera ley o nacion que sea, deja de tener un ánimo cruel y una condicion insolente.
Miren también cómo aquel grave moro que está en aquellos corredores es el rey Marsilio de Sansueña, el cual, por haber visto la insolencia del moro, puesto que era un pariente y gran privado suyo, le mandó luego prender, y que le den docientos azotes, llevándole por las calles acostumbradas de la ciudad,.
Mas, con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo, pero ya se la apunté a dar en la carta que le escribí al aldea, y creo que el no acudir él al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que, de puro bueno y confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo pudiese caber género de pensamiento que contra su honra fuese, ni aun yo lo creí después, por muchos días, ni lo creyera jamás, si su insolencia no llegara a tanto, que las manifiestas dádivas y las largas promesas y las continuas lágrimas no me lo manifestaran.
Pero, con todo esto, respondió a Camila que no tuviese pena, que él ordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela.
Y así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna, pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento.

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