Ejemplos con iban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Entre los hebreos, el calzado era tenido en tanta reverencia que no se permitía que lo usasen sino los nobles y los levitas, y aun éstos apenas si se atrevían a ponérselo, como no fuera para entrar en el templo, sino que unos servidores especiales, a modo de acólitos, iban detrás de los sacerdotes y señores llevando el calzado sobre un cojín de terciopelo.
En el pescante iban el cochero y Patón.
Después de escuchar sus incógnitas enseñanzas, éstos, reventando de risa, aquéllos, hostigados por la comezón de averiguar una charada dificultosa, salían a la Rúa Ruera, movían airadas trifulcas, polemizaban y casi se iban a las manos.
Estaba frente a una alquería abandonada, y era cosa antigua y de mucho mérito , al decir de los más sabios de la huerta: obra de los moros, según , monumento de la época en que los apóstoles iban bautizando pillos por el mundo, según declaraba con majestad de oráculo el tío.
En las puertas de las barracas saludábanse los que iban hacia la ciudad y los que se quedaban a trabajar los campos.
Un vejete seco, encorvado, cuyas manos rojas y cubiertas de escamas temblaban al apoyarse en el grueso cayado, era Cuart de Faitanar, el otro, grueso y majestuoso, con ojillos que apenas si se veían bajo los dos puñados de pelo blanco de sus cejas, era Mislata, poco después llegaba Rascaña, un mocetón de planchada blusa y redonda cabeza de lego, y tras ellos iban presentándose los demás, hasta siete: Favara, Robella, Tormos y Mestalla.
Desde el día siguiente, Roseta formaría parte del rosario de muchachas que, despertando con la aurora, iban por todas las sendas con la falda ondeante y la cestita al brazo camino de la ciudad, para hilar el sedoso capullo entre sus gruesos dedos de hijas de la huerta.
Los tres pequeñuelos, graves y laboriosos, como si comprendiesen la grave situación de la familia, iban a gatas tras los cavadores, arrancando de los terrones las duras raíces de los arbustos quemados.
Los hacían entrar, los convidaban a beber y luego les iban hablando al oído con la cara ceñuda y el acento paternal y bondadoso, como quien aconseja a un niño que evite el peligro.
Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres a la cárcel de Valencia para contemplar a través de los barrotes al pobre libertador , cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta.
Parecía que del casuco abandonado fuesen a salir fantasmas en cuanto cerrase la noche, que de su interior iban a partir gritos de personas asesinadas, que toda aquella maleza era un sudario ocultando debajo de él centenares de cadáveres.
Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado, las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí, las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego.
En la indecisa neblina del amanecer iban fijando sus contornos húmedos y brillantes las filas de moreras y frutales, las ondulantes líneas de cañas, los grandes cuadros de hortalizas, semejantes a enormes pañuelos verdes, y la tierra roja cuidadosamente labrada.

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