Ejemplos con haraposas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Avanzaron seis jóvenes, con la cabeza descubierta, las ropas haraposas y los pies metidos en zapatos rotos o alpargatas deshilachadas.
Ninguna de las gracias del bello sexo se revelaba en ellas, y sólo Fenelón, como sacerdote de Venus, extremado en su culto, entrevió algún encanto en los amarillos rostros de las amazonas, en sus pechos fláccidos y colgantes, en sus cuerpos desfigurados por haraposas pieles, que dejando al descubierto el ombligo y otras regiones poco bellas, tapaban las caderas y demás.
Aresti, después de errar más de una hora por la villa, se encontró al atravesar el Arenal con un obrero de ropas haraposas y gran barba, que le saludó con un gruñido, llevándose con cierta violencia la mano a la boina.
Y cuanto más daba, mayor número de criaturas famélicas y haraposas acudían, hasta formar en torno a la guapa mujer una bandada imponente.
Revueltos con ellos, iban los disfraces de siempre: mamarrachos con arrugadas chisteras y levitas adornadas con arabescos de naipes, bebés que asomaban la poblada barba bajo la careta y al compás del sonajero decían cínicas enormidades, diablos verdes silbando con furia y azotando con el rabo a los papanatas, gitanos con un burro moribundo y sarnoso tintado a fajas como una cebra, payasos ágiles, viejas haraposas con una repugnante escoba al hombro, y los tíos de ¡al higuí! golpeando la caña y haciendo saltar el cebo ante el escuadrón goloso de muchachos con la boca abierta.
Como no había cesado de llover, el piso inundado era como un turbio espejo de lodo y basura, en cuyo cristal se reflejaban los hombres rojos, las rojas teas, los rostros ensangrentados, las bayonetas bruñidas, las ruedas cubiertas de tierra, los carros, las flacas mulas, las haraposas mujeres, el movimiento, el ir y venir, la oscilación de las linternas y hasta el barullo, los relinchos de brutos y hombres, la embriaguez inmunda, y por último, aquella atmósfera encendida, espesa, suciamente brumosa, formada por los alientos de la venganza, de la rusticidad y de la miseria.
Además de los representantes del sexo viril, no el mas débil dejaba de tener allí representación valiosísima, y sentadas, acá y acullá también, sobre el mal empedrado suelo, lucían sus haraposas vestiduras de colores, si vivos un tiempo, ya un tantico apagados por antiguas suciedades, los semblantes renegridos, algunos de gracioso perfil y ojos magníficos, los pies descalzos y el principio de la pantorrilla curtidos por la intemperie y el pelo sucio y aceitoso, cayéndole sobre la nuca en enorme castaña, engalanado con alguna flor de tallo larguísimo y de perfumado broche.
Dicho esto, salió don Serapio y cayó su señora en un estupor casi de idiota, del cual no volvió sino para meterse en la cama y pasarse en ella dos días, alimentándose el alma con haraposas visiones, y el cuerpo con tisanas.
Muchachas emperejiladas y muchachas haraposas.
Sus antecesores, los sátiros, corriendo ágiles con sus patas nervudas, de dura pezuña y brioso jarrete, descansando en frescas grutas y repuestos boscajes, bebiendo de los cristalinos arroyos y tumbándose para la siesta con el vientre bombeado por el hartazgo de bellotas, eran felices, pero hoy el fauno y el semicapro han de poseer su cabaña, cubrirse con ropas nuevas o haraposas, encender su fuego, no cortejar a la hembra sino cuando ella lo permite.
Y cuanto más daba, mayor número de criaturas famélicas y haraposas acudían, hasta formar en torno a la guapa mujer una bandada imponente.
Ninguna de las gracias del bello sexo se revelaba en ellas, y sólo Fenelón, como sacerdote de Venus, extremado en su culto, entrevió algún encanto en los amarillos rostros de las amazonas, en sus pechos fláccidos y colgantes, en sus cuerpos desfigurados por haraposas pieles, que dejando al descubierto el ombligo y otras regiones poco bellas, tapaban las caderas y demás.
La sarna hace estragos en las pocas sobrevivientes, renguea lastimosamente la mitad de la majada, arrastrándose las ovejas, como pueden, a algunos metros apenas del corral, paciendo de rodillas, muchas de ellas, por no poder tenerse de pie, y las osamentas colorean por todo el campo, salpicando la llanura de tétricos reflejos, mientras en los alambrados y en los corrales, secan, al viento, los arrugados cueros de epidemia, fúnebres colgaduras de escaso valor, cenefas haraposas de funerales sin cuento, herencia ruinosa para el pastor, que, ni siquiera, por ellas, podrá, con exactitud, tarjar sus pérdidas.
En vez de encontrar ese retiro misterioso y agreste, el Zarco la llevaba a esa especie de cárcel o de mazmorra para hacerla vivir mezclada con mujeres ebrias y haraposas, con bandidos osados que no respetaban a las queridas de sus compañeros y que pronto iban a tutearla, a ultrajarla, tal vez a robarla, en alguna ausencia del Zarco y quizás, y eso era lo más horroroso a juzgar por las chanzas amenazadoras de aquellos facinerosos, y por la actitud pasiva y tolerante del Zarco, cansado éste de su amor, iba a abandonarla en manos de uno de aquellos sátiros, vestidos de plata, tal vez de aquel espantoso demonio de mulato gigantesco que la había saludado con una frase sarcástica, cuyo tono le había hecho el efecto de un puñal en el corazón.

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