Ejemplos con garbosa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Padre, tío, hermanos, primos, toreros en la línea garbosa de la gracia de Sevilla.
Cuando esto empezó me agradaba la rebeldía garbosa, el desprecio del Gobierno Central, que por más que se disfrace con arreos y colorines democráticos es siempre una enredosa oligarquía.
Su prognatismo desvirtuaba la belleza de los ojos negros y de la figura garbosa, amenazada ya por la obesidad incipiente.
¿Qué diablos hacía para conservar y afinar su belleza y para presentarse más garbosa en su modesto atavío? Obra del medio era esto sin duda: por todos estilos, París habíala hecho suya.
Si en los amoríos de garbosa vanidad, y en otros de pasional demencia, se iba dejando Aransis vellones de su fortuna, el vellón más grande lo perdió con la Marquesa de Monteorgaz, dama en extremo dispendiosa, con menguada riqueza por su casa.
La quiso en la niñez, en la juventud, en sus desposorios, en todo su reinado, sin que los errores de ella amenguaran este afecto, la quiso cuando la vio tambaleándose al borde del abismo, la quiso también caída, y todo se lo perdonaba con una garbosa y campechana indulgencia, como entre iguales.
Representaba veinticinco años lo más, y era su estatura garbosa y aventajada, su rostro más bien hermoso que feo, aunque ceñudo y lleno de obscuridades, su vestimenta y calzado de hombre rudo, huésped de las alturas pedregosas más que de los valles amenos: zamarra y botas altas, boina, todo de un gris terroso.
Esto es para no aparecer que lo desea con vehemencia, o una manera garbosa de volver sobre su acuerdo.
La chica era guapa, una real moza, fresca, garbosa, con cada ojazo, y ¡un pelo más hermoso! Lo que se llama una gran mujer.
¡Ya, ya! ¡Buen truchimán va usted saliendo! ¡Qué condenada vaca, siempre empeñada en meterse por el prado del tío Fernando! ¡Garbosa, eh! ¡Garbosa, fuera! ¡Garbosa, aquí!.
Hubo un momento en que, comparándola mentalmente con la garbosa hembra que tenía delante, resultó de esta comparación que la primera no pasaba de muchacha vivarachuela y graciosilla, en tanto que la segunda era mujer formada y en plena madurez de belleza.
Era guapetona, alta y garbosa, mujer de un papelista, y la inquilina más ordenada, o si se quiere, más pudiente de aquella colmena.
La aristocrática madrileña frisaria en los treinta años, y era una valiente hembra, alta, desenvuelta y garbosa, cuya magistral elegancia suplia con exceso cualquier deterioro que el vivir muy de prisa hubiese causado a su natural hermosura.
Hubiera podido decirse que únicamente oscilaba, atraido por las alternadas idas y venidas de la bella aristócrata, cuyo traje de seda crujia a cada garbosa contorsion de sus brazos y talle, como las lucientes escamas de elegante culebra que se irgue y enrosca alternativamente, queriendo fascinar a la ansiada víctima.
-Si esa señora doña Pepita tan garbosa, con su grueso lunar velludo en la barba, sus buenas carnes, sus ojos negros, su cara un tanto arrebolada y sus quirotecas amarillas, me hubiese mirado a mí desde la portezuela, apuntándome con su abanico y haciéndome preguntas diversas desde que salimos de Valladolid, a estas horas, joven guerrero, ya nos trataríamos de tú, y todos mis compañeros envidiarían al sargento Jean-Jean.
, estaba detrás de mí disputando acaloradamente con una mujer del pueblo, gruesa, garbosa, de ojos vivos, lengua expedita y expeditísimas manos.
Su prognatismo desvirtuaba la belleza de los ojos negros y de la figura garbosa, amenazada ya por la obesidad incipiente.
»Cuando esto empezó me agradaba la rebeldía garbosa, el desprecio del Gobierno Central, que por más que se disfrace con arreos y colorines democráticos es siempre una enredosa oligarquía.
Se jactaba de ser un poco bárbaro y vestía un tanto majo, con la elegancia garbosa de los antiguos postillones.
La señora Coronela, tieza y garbosa entre todas, esponjó los pliegues de su rico vestido de terciopelo sobre su alfombra, hizo que sus lacayos envolviesen con gracia alrededor de sus pies su magnífica cola, y dando unos cuantos cierros al bellísimo abanico de la India, montado en nácar y perlas que lucía en sus manos se reclinó sobre su alfombra con la majestad altiva de una reina, y mirando recién entonces a su alrededor empezó a repartir saludos y miradas más o menos disimuladoras de sus verdaderos sentimientos para las que las recibían.
La miró un rato bajar las escaleras garbosa y con pie firme.
Estos achaques no la impedían frecuentar los salones de «su mundo», ni la obligaban a tachar un solo renglón de su larga lista de compromisos sociales, ni se revelaban, a cierta distancia, en su cara frescachona ni en su apostura garbosa y elegante, pero es indudable que los tenía, y muy hondos, achaques de matrona presumida, bien sufridos y mejor tapados con heroicos esfuerzos de la voluntad y buen acopio de sonrisas y menjurjes.
-Pos lo que yo he visto ha sío esta mañana a tu hombre enganchao en los flecos de una pelinegra que, mejorándote a ti, es un fenómeno de bonita, y un fenómeno de salá, y un fenómeno de garbosa.
¡Qué hermosas mañanas! El cura, cerrando los ojos, veia las oscuras acequias con sus rumorosos cañaverales, los campos con sus hortalizas que parecian sudar cubiertas de titilante rocio, las sendas orladas de brozas con sus timidas ranas, que, al ruido de pasos, arrojábanse con nervioso salto en los verdosos charcos, aquel horizonte que por la parte de mar se incendiaba al contacto de enorme hostia de fuego, los caminos desde los cuales se esparcia por toda la huerta chirrido de ruedas y relinchos de bestias, los fresales que se poblaban de seres agachados, que a cada movimiento hacian brillar en el espacio el culebreo de las aceradas herramientas, y los rosarios de mujeres que con cestas a la cabeza iban al mercado de la ciudad saludando con sonriente y maternal ¡bon dia! a la linda pareja que formaban la florista garbosa y avispada y aquel muchachote que con su excesivo crecimiento parecia escaparse por pies y manos del trajecillo negro y angosto que iba tomando un sacristanesco color de ala de mosca.

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