Ejemplos con escurrían

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Su cabello estaba atado por detrás en una mata, mientras que los bucles que se escurrían por debajo del casco eran fiesta para los ojos, porque el cabello no estaba enteramente retenido por el yelmo sino que éste permitía ver un poco de sus trenzas.
Se trataba de soldados ligeros que se escurrían entre las picas atacaban directamente a los piqueros.
Vierais allí cómo aquellos cortesanos coman por los pasillos, cómo se escurrían por los laberintos de palacio, cómo se precipitaban unos delante de otros disputándose cuál llegaba primero a pescar una noticia, una voz perdida, un gesto visto al través de un resquicio, un accidente, un destello de reales miradas, cualquier mezquindad que les fuera favorable.
Llegaban, sí, algunos hombres, que de noche y con grandes dificultades se escurrían dentro de la plaza, pero ningún convoy de vituallas apareció en todo el mes de agosto.
Por entre los dedos de la chica se escurrían aquellas babas gelatinosas y transparentes.
De entonces en adelante, cuando calculaban que podían preguntarles la lección, iban a clase, pero los más de los días, luego de pasada lista, se escurrían, o pinchándose las encías y manchándose el pañuelo, fingían echar sangre por las narices para que les dejaran salir, renegando de la declinación y el hipérbaton latino como de las mayores infamias que inventaron hombres.
A su débil luz se escurrían envueltos en sus capas los vagabundos, los rondadores, los jugadores.
José Ido, hombre aplicadísimo a su deber, pálido como un cirio y con ciertos lóbulos o verrugones que parecían gotas de cera que le escurrían por la cara, de expresión llorosa y mística, flaco, exangüe, espiritado, manifestando en todo las congojas de una de esas vidas de abnegación y sacrificio heroicamente consagradas a la infancia.
El vino y el amor engordaban a Dimoni: echaba panza, iba de ropa más cuidado que nunca y sentíase tranquilo y satisfecho al lado de la Borracha, aquella mujer cada vez más seca y negruzca que, pensando únicamente en cuidarle, no se ocupaba en remendar las sucias faldillas que se escurrían de sus hundidas caderas.
Las veía con sus ademanes, pararse en la punta de los pies, correr luego fugitivas y hacer remolinos, para volver sonrientes a extender voluptuosamente los brazos hacia el público, enviándole besos, que se escurrían por entre las yemas sonrosadas de sus dedos.

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