Ejemplos con escuálida

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cientos de miles de familias murieron de frío y hambre en sus hogares, los orgullosos habitantes de esta otrora ciudad cultural dieron cuenta desde palomas, gatos hasta ratas, la ciudad estuvo a punto de perecer si no hubiera sido que se estableció un corredor a través del congelado Lago Ladoga por donde llegaba una escuálida ayuda a los sitiados.
En los pasillos de la FOX retumba aún su nombre como quién arrojó en los brazos de la escuálida Calista al despechado Harrison Ford.
Su perfecta anatomía, escuálida, sangrante le dan un vigor y dramatismo contenido.
Ambos son cantantes y cada uno toca varios instrumentos entre los que se encuentran guitarras, Fx, casiotones, vocoders, armónicas, melódicas, moog, cuatro venezolano, bajo eléctrico, batería escuálida, percusión menor, vientos, ruido.
El mesón de los , en la Concepción Jerónima, los del y la , los de la y de , en la calle de Toledo, el de la , en la calle de Segovia, y el de , Plaza de la Cebada, junto a la Concepción Francisca, veían a menudo la escuálida y rugosa cara de Doña Leandra, que a preguntar iba por jamones que no compraba, o por garbanzos que no le parecían buenos.
Pues yomurmuraba una voz que parecía salida de una botella, voz correspondiente a una cara escuálida y cadavérica, en la cual estaban impresas todas las tristezas de la Administración española, sólo pido dos meses, dos meses más de activo para poderme jubilar por Ultramar.
Algunos traían pañizuelo en la cabeza, otros sombrero ancho, y muchos, con el desgreñado cabello al aire, roncos, mojados de pies a cabeza, frenéticos, tocados de una borrachera singular que no se sabe si era de vino o de venganza, brincaban sobre los baches, agitando un jirón con letras, una bota escuálida o un guitarrillo sin cuerdas.
Por un lado se veía a un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado el bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica, a su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado, gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje.
En el lado opuesto había un catre, con colgaduras de seda, ya ajadas, y a la cabecera una silla de cuero, que en el momento que entró allí Josefa, la había desocupado una anciana negra, escuálida, imagen de la muerte, cuya cabeza blanca contrastaba con el ébano de su cuello largo y huesoso.
Su pecho enronquecido, jadeaba de pura fatiga, y en aquella fisonomía escuálida, cada vez más demacrada y lívida, traslucíase algo más que fiebre, el sino de desesperación que poseyera su espíritu, destrozado por una lucha moral contradictoria y que en vano tratara él de disfrazar bajo una sonrisa forzada.
que el fiero aullido de la loba escuálida,.
Hizo un supremo esfuerzo por aparecer tranquilo, tragó saliva, se compuso la voz con una tosecita provocada y empezó a dialogar sobre tonteras y a averiguarle el nombre a su escuálida compañera.
Él estaba destinado a cierta heredera tan escuálida como virtuosa, y había puesto por condición, para comprometer su mano, que le dejaran muchos años de libertad en la que se prepararía a ser un buen marido.
Alta, escuálida, de negro, pálida como el hijo, con cara de muerta como él.
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,.
Un marinero mantenía cogida por las piernas a la escuálida señorita, mientras que las, manos de la solterona, revestidas de guantes de goma roja se agitaban poco menos que desesperadamente en el espacio.
—¡Es inútil!— se oyó en el vacío la voz cavernosa de aquella insólita y escuálida presen-cia de mujer.
vistieron del giboso la escuálida figura.
Alta, escuálida, huesuda, de semblante cetrino, donde había dos ojos mortecinos y apagados, en que ni el más leve signo de inteligencia brillaba, semblante sólo animado por la abierta boca, que dejaba ver la negra y mellada dentadura, sonriendo con una risa lujuriosa llena de asqueroso impudor, y por corona de aquella que debió ser en otros tiempos reina del vicio, una espesa mata de cabellos amarillentos y grisosos.
Aquella figura profética, deífica, apostólica, fluctuando entre dulce y amenazadora, recortándose sobre el fondo dorado de la arena bañada por los últimos rayos del sol, abrillantada por el contraste con la sombría verdura del follaje, semejaba la imagen escuálida de un patriarca bíblico, arrancada de las tablas de alguno de los maestros italianos del Renacimiento.
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda,.
Siempre que miraba hacia él, veía la misma figura escuálida, ceñuda y silenciosa, errar por sus pasadizos.
Por un lado se veía a un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado el bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica, a su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado, gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje.
Tal como era, se acercó al moribundo, y como no hubo tiempo para más, para llamar médico, cura, ni siquiera criados, ella sola se las arregló como pudo, y en los últimos momentos de extraña lucidez del gran egoísta, le habló de consuelos celestiales, le abandonó con ternura una mano escuálida, a que él se cogió, apretándola, como si así pudiera agarrarse a la vida, y, como lloró él, y lloró ella, y hay lugares comunes cristianos que en ciertos momentos recobran una sublimidad siempre nueva, que sólo entienden los que se ven en supremos apuros, acaso lo que pasó entre la vieja y el libertino, entre la honrada fiscala y el viejo verde, fue la aventura de faldas más interesante con que hubiera podido entretener a los comensales de la mesa redonda el solterón empedernido.
Una escuálida señorita, de ojos pintarrajeados, se acompañó con su guitarra unas malagueñas.
Al boquete practicado por su valiente herramienta se asomó la faz de un espectro, un rostro de moribundo en la agonía, la madre saltó, apartó a Ramón Luis y pegó la boca a la cara escuálida de su hijo, balbuceando delirios gozosos.
Desde la niñez, el vino y la dulzaina habían absorbido todas sus pasiones, y ahora, a los veintiocho años, perdía su pudor de borracho insensible, y como uno de aquellos cirios de fina cera que llameaban en las procesiones, derretíase en brazos de la Borracha, sabandija escuálida, fea, miserable, ennegrecida por el fuego alcohólico que ardía en su interior, apasionada hasta vibrar como una cuerda tirante y que a él le parecía el prototipo de la belleza.
-¿Aónde va lo más salao de toíta España? -preguntóle al verlo el pasar el señor Casimiro el Palangana, que, cruzado de brazos en el umbral de su famosa cacharrería, tomaba del espléndido sol otoñal que inundaba la puerta de su establecimiento el calor que empezaba a faltarle a su escuálida y envejecida persona.
-Pos pa comerse la partía de lo que busca no sa menester preguntárselo a ninguna jechicera -repúsole, al par que miraba maliciosamente a Rosario, una chavalilla escuálida y de ojos negrísimos y luminosos.
por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!—.

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