Ejemplos con embajada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sólo sé, mi respetable amigo, que por mis antecedentes, por mis servicios prestados hasta el día en que cesé, me correspondía hoy una embajada de primera clase.
¿No ve usted que a los gobiernos como los de España no les conviene en el Parlamento hombres como yo? Ahora me ofrecieron un distrito, pero era con el fin de hacerme olvidar, ¡mentecatos!, el desaire de la embajada, y especialmente para atar mis manos en la prensa: pues ya saben ellos que tienen cada día la existencia pendiente de mi pluma.
¿Agregado, quizá, a alguna embajada?.
Miróle el tío Frasquito extrañado, y la curiosidad, que es la fuerza de resistencia más sufrida que se conoce, le clavó en el asiento Quizá iba a despejar la X misteriosa que se debatía aquella misma tarde en la terraza del , la incógnita que representaba la presencia intempestiva de Jacobo en París, abandonando su Embajada de Constantinopla.
Desde la embajada española, allá en lo alto de Pera, veíase flotar sobre el límpido azul de las olas su largo levitó oscuro, ceñido por el zurriago de cuero de hipopótamo, insignia de su clase, que había servido de dogal.
Entró, pues, el general radiante y satisfecho cual si viese ya en lontananza la cartera de la Guerra, y contestando con sonrisas y palabras huecas a las mil preguntas que de todas partes le dirigían, apresuróse a dar cuenta a la condesa de Albornoz y a la duquesa de Bara de una embajada de su majestad la reina Esta las designaba para acompañarle al día siguiente, a la capilla expiatoria del bulevar Haussman, donde debía celebrarse la Misa de aniversario, algún tanto retrasada aquel año, del infortunado Luis XVI, el espectáculo prometía ser curioso, porque los príncipes de Orleans, reconciliados con el conde de Chambord, asistirían por primera vez, en público, a aquellas simbólicas honras.
La cosa era sencillísima: bastaba con que la colonia madrileña residente en París se presentase en la embajada española, cogiera por un brazo al embajador y lo plantase en la calle, proclamando allí mismo por rey de España al príncipe Alfonso.
Las puertas estaban ya, sin embargo, guardadas y prohibida la salida, púdose, a pesar de todo, hacer saltar la tapia del jardín a un pinche de cocina, y este fue el encargado de llevar al diplomático la embajada de la condesa.
El excelentísimo Martínez hizo un gesto que no significaba si entendía o dejaba de entender, desde que el pobre señor había pasado el puente natural que lleva del banco azul a las grandes mesas de la corte, caminaba de indigestión en indigestión, y sentía en el estómago la nostalgia de aquellas nutritivas sopas de ajo, no digeridas del todo, que habían hecho de él un tanto robusto hombre de Estado, y fueron su cotidiano alimento en los tiempos en que rompía sus primeros calzones entre los pilletes de cierta playa de las costas asturianas ¡Santo Dios, y qué dolores de tripas más atroces le había costado el del último viernes de Palacio! ¡Qué más terrible que sirvieron dos días antes en la embajada francesa! El excelentísimo Martínez creyóse por un momento envenenado, y desde entonces fue para él artículo de fe aquel principio de Addison:.
En la calle de Isabel la Católica, Tom Sickles hizo otro prodigio: coche y caballos quedaron parados en firme, de un golpe, ante la embajada alemana.
A la calle de Isabel la Católica Tengo que hacer en la embajada alemana.
¿Qué recado, qué embajada me traes? ¿Es alguna burla tuya, o de D.
La tía Quica se dio cuenta del mal efecto que su conversación causaba en doña Manuela, y se apresuró a manifestar el objeto de su embajada, echando mano a la inseparable cesta.
—Hablo de esas cien beldades, de quince a cuarenta años por cabeza, que se mueven juntas, como los sistemas solares, o como las golondrinas cuando viajan, y que contemplamos, ora en el Teatro Real, ora en los salones de los condes de Galen, ya en los de Osma, ya en la Embajada de Rusia, ya en la Fuente Castellana.
Otra embajada: Señora, señora, esta ya no se alcanza, pero pronto va a salir la del sobrino del señor cura, que es otro padre Fuguilla por lo pronto que la despacha.
En el principal había una embajada, y cuando en ella se celebraba sarao, decoraban la escalera con tiestos y le ponían alfombra.
Informóse del paje la astuta Claudia de la calidad y condiciones de su señor, de su renta, de su inclinacion y de sus entretenimientos y ejercicios, como si le hubiera de tomar por verdadero yerno, y el paje, diciendo la verdad, le retrató de suerte que ella quedó medianamente satisfecha, y envió con él la dueña del con la respuesta, no ménos larga y comedida que habia sido la embajada.
Propuso luego su embajada con sus torcidos, repulgados y acostumbrados vocablos, y concluyó con una muy forjada mentira, cual fué que su señora Doña Esperanza de Torralva, Menéses y Pacheco estaba tan pulcela como su madre la parió, mas que con todo eso no habria para su merced puerta de su señora cerrada.
Ya la dueña habia dicho a la gente de casa y a Loaysa la enfermedad de su amo, encareciéndoles que debia de ser de momento, pues se le habia olvidado de mandar cerrar las puertas de la calle cuando el negro salió a llamar a los padres de su señora: de la cual embajada asimismo se admiraron, por no haber entrado ninguno dellos en aquella casa despues que casaron a su hija.
Vió el mismo aposento y estancia donde se relató la mas alta embajada y de mas importancia, que vieron y no entendieron todos los cielos, y todos los ángeles y todos los moradores de las moradas sempiternas.
Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la mentira de la respuesta que de parte de Dulcinea le había llevado a Sierra Morena, y así, dio priesa a la salida, que fue luego, y a dos millas del lugar hallaron una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea, en cuya embajada le sucedieron cosas que piden nueva atención y nuevo crédito.
Altísimo y poderoso señor, a mí me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca, soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado.
Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena ella por sí, que se determinó, con el parecer de su amigo Lotario, sin el cual ninguna cosa hacía, de pedilla por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución, y el que llevó la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido.
Hízolo así Sancho y apartáronse los dos algo adelante, y díjole don Quijote: Después que veniste, no he tenido lugar ni espacio para preguntarte muchas cosas de particularidad acerca de la embajada que llevaste y de la respuesta que trujiste, y ahora, pues la fortuna nos ha concedido tiempo y lugar, no me niegues tú la ventura que puedes darme con tan buenas nuevas.
Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que, en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad, del tiempo que hubiese servido, pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula.
Quiero inferir de lo dicho, que podría ser que yo tuviese alguna gracia déstas, no del no poder ser ferido, porque muchas veces la experiencia me ha mostrado que soy de carnes blandas y no nada impenetrables, ni la de no poder ser encantado, que ya me he visto metido en una jaula, donde todo el mundo no fuera poderoso a encerrarme, si no fuera a fuerzas de encantamentos, pero, pues de aquél me libré, quiero creer que no ha de haber otro alguno que me empezca, y así, viendo estos encantadores que con mi persona no pueden usar de sus malas mañas, vénganse en las cosas que más quiero, y quieren quitarme la vida maltratando la de Dulcinea, por quien yo vivo, y así, creo que, cuando mi escudero le llevó mi embajada, se la convirtieron en villana y ocupada en tan bajo ejercicio como es el de ahechar trigo, pero ya tengo yo dicho que aquel trigo ni era rubión ni trigo, sino granos de perlas orientales, y para prueba desta verdad quiero decir a vuestras magnitudes cómo, viniendo poco ha por el Toboso, jamás pude hallar los palacios de Dulcinea, y que otro día, habiéndola visto Sancho, mi escudero, en su mesma figura, que es la más bella del orbe, a mí me pareció una labradora tosca y fea, y no nada bien razonada, siendo la discreción del mundo, y, pues yo no estoy encantado, ni lo puedo estar, según buen discurso, ella es la encantada, la ofendida y la mudada, trocada y trastrocada, y en ella se han vengado de mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas, hasta verla en su prístino estado.
Don Quijote se gallardeó en la silla, púsose bien en los estribos, acomodóse la visera, arremetió a Rocinante, y con gentil denuedo fue a besar las manos a la duquesa, la cual, haciendo llamar al duque, su marido, le contó, en tanto que don Quijote llegaba, toda la embajada suya, y los dos, por haber leído la primera parte desta historia y haber entendido por ella el disparatado humor de don Quijote, con grandísimo gusto y con deseo de conocerle le atendían, con prosupuesto de seguirle el humor y conceder con él en cuanto les dijese, tratándole como a caballero andante los días que con ellos se detuviese, con todas las ceremonias acostumbradas en los libros de caballerías, que ellos habían leído, y aun les eran muy aficionados.
Por cierto, buen escudero respondió la señora, vos habéis dado la embajada vuestra con todas aquellas circunstancias que las tales embajadas piden.
Y mira, Sancho, cómo hablas, y ten cuenta de no encajar algún refrán de los tuyos en tu embajada.
¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada, si se desasosiega y turba oyendo mi nombre, si no cabe en la almohada, si acaso la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad, y si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie, si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces, si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa, si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado, finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos, porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca, que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa.

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