Ejemplos con docena

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hoy no hablan de otra cosa los papeles, y ahí le mando una docena de ellos para que reparta a las amigas, a más de los que mandará Simón por el correo.
A usted se lo digo especialmente, señor de tal , y a usted, señor de cual y así soltaba una docena de nombres.
Al final de la taberna abríase la puerta del corral, enorme, espacioso, con su media docena de fogones para guisar las.
Andrés quemó en el patio una docena de cohetes, y el pomposísimo distribuyó sus cucuruchos de confites.
En la venta del burdo género están las patatas y el pan para todo el año, y soñando con la inmensa felicidad de volver a casa con una docena de duros, zapatos para las hijas y un refajo para la mujer, pasean tristes y resignados por entre el gentío, lanzando a cada minuto su grito melancólico como una queja: ¡Medias y calcetines! ¡el mediero!.
¿Qué era aquello? ¿Se pegaban? La multitud abrió paso, y veloces, con ciego impulso, como espoleadas por el terror, pasaron una docena de muchachas despeinadas, greñudas, en chancleta, con la sucia faldilla casi suelta y llevando en sus manos, extendidas instintivamente para abatir obstáculos, un par de medias de algodón, tres limones, unos manojos de perejil, peines de cuerno, los artículos, en fin, que pueden comprarse con pocos céntimos en cualquier encrucijada.
Y siempre que podía asegurar una docena de veces que nada debía a nadie y comparar su abandono con el de un perro, quedaba tranquilo y satisfecho.
Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la rameada falda, y cuando se sentaba abría las piernas de tal modo, que, combándose las ropas, formábase entre sus muslos de yegua rolliza un abismo insondable.
Más allá, un viejo, de capote antes negro y ahora tornasol, cofrade de la Vela Perpétua, hermano de la Tercera Orden de San Francisco, el panadero de flamante azulada camisa, faja purpúrea, flecada de blanco, y sombrero a lo terne, unos rancheros, muy orondos con la calzonera de pana y el sombrero galoneado, unas lavanderas, que hacían ruido de huracán con sus enaguas tiesas, unos gachupincillos, vendedores de ropa o dependientes de El Puerto de Vigo , inocentones, recién llegados, toscos de pies, mirando a todos con airecillo protector, una media docena de pisaverdes villaverdinos, jinetes en buenos caballos, y al fin, solo, en el overo acabado de comprar, el hijo del alcalde.
Delante de mí avanzaban lentamente algunos peones y una media docena de rancheros que iban al tianguis, jinetes en malas caballerías.

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