Ejemplos con difunto

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Qué gran señora! Nos alojó en su palacio, en tanto se llevaba a cabo la instalación de la zapatería de mi padre, un establecimiento por todo lo alto, pues resultó que las instrucciones del difunto conde consistían en que una parte del legado se emplease en este fin, que la duquesa presidiese en todo lo tocante al buen empleo del dinero, que buscase clientela segura y estuviese al cuidado de que mi padre no se desmandase.
Es decir, Novillo se figuraba que, así como los pelos de su peluquín pertenecían, sin duda, a un difunto, que otro tanto acontecía con los dientes.
¿Qué podía ser esto, sino que el espíritu del difunto montaba en cólera contra el profanador de sus restos mortales? Pero Novillo, con ánimo decidido y corazón entero, afrontaba estas escalofriantes escaramuzas con lo sobrenatural y suprasensible, con tal de no aparecer calvo y desdentado a los ojos de Felicita.
Pensará usted que mi padre es un grandísimo figurón, que todo aquello era fingido, teatral y a propósito para reír, a pesar de la presencia del difunto.
Tendrían razón todos los señores, pues no se llega a canónigo sin talento, pero intervino el cardenal difunto, que de Dios goceotro golpe de bonete, y el cabildo hubo de aceptar la reforma a regañadientes, y acabará por aplaudirla.
Con ellos fue a las reuniones del anarquismo, oyó a Reclús y al ex príncipe Kropotkine, y las palabras del difunto Miguel Bakounine llegaron a él como el evangelio de un San Pablo del porvenir.
Además, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus favoritos hablar mal del difunto.
El viejo dejaba hablar a los hijos, que sabían expresarse con más energía, la viuda acudía acompañada de algún amigo del difunto, decidido protector que llevaba la voz por ella.
Pero, lo mismo que el difunto tío , sentía la embriaguez de la tierra, cada vez deseaba abarcar más con su trabajo, y aunque era algo pasada la sazón, pensaba remover al día siguiente la parte de terreno que permanecía inculta a espaldas de la barraca, para plantar en ella melones, cosecha inmejorable, a la que su mujer sacaría muy buen producto llevándolos, como otras, al Mercado de Valencia.
¡Ay, pobre ¡Cuán difícil era encontrarle un sucesor! De no verse acosado por la necesidad, se hubiera ido sin comprar, creía ofender al difunto fijando su atención en aquellas bestias antipáticas.
¿Que no se atrevía? Pues esto es lo que ella hacía con el difunto doctor Pajares.
El papá había muerto siendo magistrado, y esto bastaba para que en casa de doña Manuela, con el afán de grandezas que todos sentían, no designasen a la familia por su apellido, sino por el título del difunto.
Aseguraba que tenía gran semejanza fisionómica con Pío IX, y algo había en él que recordaba al difunto Papa, a pesar de su capita azul sin esclavina y del bastoncillo muleta, que no soltaba ni aun en las visitas.
El precio del traspaso ya lo iría pagando Antonio poco a poco, y ellos levantarían el vuelo inmediatamente para ir a formar un nido en una gran casa cerca del Mercado, una finca soberbia, con ancho portal, gran patio, cuadras profundas, y en el piso superior magníficas habitaciones, inmuebles que el difunto había adquirido por poco dinero, prestando usurariamente a un conde tronado.
Dedicóse a criar a sus hijos, es decir, a los hijos de su segundo matrimonio, pues el pobre Juanito siempre había sido tratado con falso cariño, con un desvío encubierto, como si doña Manuela quisiera vengar en el pobre chico el haber sido poseída por su difunto padre.
Yo he vivido en Granada cuando mi difunto estuvo en aquella Audiencia, y su vega no tiene comparación con ésta.
Indudablemente el difunto Arnaiz no había visto claro al hacer tantos pedidos, se cegó, deslumbrado por cierta alucinación mercantil, tal vez sintió demasiado y fue más artista que comerciante.
La mujer de don Baldomero I y la del difunto Arnaiz eran primas segundas, floridas ramas de aquel nudoso tronco, de aquel albardero de la calle de Toledo, cuya historia sabía tan bien el gordo Arnaiz.
Los de Santa Cruz vivían en su casa propia de la calle de Pontejos, dando frente a la plazuela del mismo nombre, finca comprada al difunto Aparisi, uno de los socios de la Compañía de Filipinas.
Que se lo pregunten al difunto D.
Pero lo que daba cierto aspecto grandioso al gabinete era el retrato del difunto esposo de doña Lupe, colgado en el sitio presidencial, un cuadrángano al óleo, perverso, que representaba a D.
Cobrábale una comisión insignificante, y se tomaba por los asuntos de ella tanto interés como por los propios, en razón a la gran amistad que había tenido con el difunto Jáuregui.
Nicolás Rubín, todos los cobraron con las existencias de la tienda, a excepción de uno, que había sido el mejor y más fiel amigo del difunto en sus días buenos y malos.
En la cuestión religiosa, las ideas de doña Lupe se adaptaban al criterio de su difunto esposo, que era el más juicioso de los hombres y sabía dar , etc Este estribillo lo repetía muy orgullosamente la viuda siempre que saltaba una oportunidad, añadiendo que creía cuanto la Santa Madre Iglesia manda creer, pero que mientras menos trato tuviera con curas, mejor.
El recuerdo de su difunto, que siempre se avivaba en la mente de doña Lupe cuando se veía en algún conflicto, la enterneció.
Su difunto padre poseía un cajón en la plazuela y era hombre honrado.

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