Ejemplos con dieran

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Una vez en la zona, solitaria y poco iluminada, Gustavo Romero Tercero exigió a Ángel y Sara que le dieran el dinero que tuvieran, mientras apoyó la navaja en el cuello de Ángel, quien le dio su cartera confiando en que así terminaría el incidente.
Los científicos, tras seguir el caso por tres meses, concluyeron que la perra avisaba a su dueña por los cambios que percibía en ella antes de que se dieran.
De acuerdo a su enferma dueña, el animal se ponía nervioso, irritable e intranquilo antes de que a ella le dieran los ataques.
¡Pobre adolescente! ¿Para qué había nacido? ¿Qué iba a dejar de su paso por el mundo? ¿Por qué la Naturaleza, que muchas veces niega su fecundidad a seres fuertes, se había mostrado pródiga en el ayuntamiento sin amor de un tísico moribundo? De nada le servía tener caballos, carrozas, servidores uniformados que le saludasen y papanatas que le dieran vivas.
¡Polaina! Si te los dieran a ti donde yo me sé, no darías motivos para que te alcanzasen las lenguas.
Si te los dieran todas las noches en los dientes no tendrías la lengua tan larga.
Y en aquel momento, al revolver aquella carta, después de tantos años, aquel turbio oleaje de penas abrumadoras, punzantes desdenes, ofensas terribles, negras ingratitudes, lágrimas solitarias y despreciados sacrificios, veía la infeliz levantarse en su corazón el amor a su marido, vivo siempre, fuerte, avasallador, resistiendo al olvido, al desdén, al insulto, al tiempo mismo y a la ausencia misma, viviendo sin esperanzas que le mantuvieran y le dieran savia, y por eso, inmortal como el alma.
¡Berr!hizo Butrón como si le dieran náuseas, y con las manos cruzadas a la espalda, actitud de las grandes perplejidades, y fruncido el formidable guardapolvo de sus cejas, señal en él de graves preocupaciones, comenzó a medir a grandes pasos la estancia.
¡En qué había de parar! En lo que era debido, en que la presidenta dijo que teníamos razón, que se dieran los auxilios, y que no se volviera a hablar de eso.
Algunas tenían un apetito voraz, se habrían comido triple ración, si se la dieran.
Y la verdad fue que con esto se sosegó un tanto, porque le gustaban los mimos, y que se molestaran por él, y que le dieran tertulia cuando estaba desvelado.
Vio a muchas subir con el jarro de leche de almendras, que les dieran en el café de los Naranjeros, y de casi todas las cocinas salía tufo de fritangas y el campaneo de los almireces.
Aunque le dieran lo que le dieran, no era capaz Fortunata de decir.
¿No ves lo mal trajeado que estoy? Fortunata le mira, y siente un dolor tan vivo como si le dieran una puñalada.
Pero señora, con que me dieran lo que gastan en aguardiente y lo que se dejan en la pastelería de Botín.
Y volviendo al peldaño, charló con su compañero de plantón: ¡Qué alma de mujer! ¡Ay!, tengo el genio tan vivo, que rompería la puerta, cogería al niño y le llevaría a que le dieran de mamar ¿Es usted médico?.
¡Qué hombre!, ¡qué bocaza! Mandó que me dieran seis mil Luego vi a doña María Victoria, ¡qué excelente señora! Hízome sentar a su lado, tratábame como su igual, tuve que darle mil noticias del asilo, explicarle todo Quería saber lo que comen los pequeños, qué ropa les pongo En fin, que nos hicimos amigas Empeñada en que fuera yo allá todos los días A la semana siguiente me mandó montones de ropa, piezas de tela y suscribió a sus niños por una cantidad mensual.
Lo más particular era que Baldomero, después de concertada la boda, y cuando veía regularmente a su novia, no le decía de cosas de amor ni una miaja de letra, aunque las breves ausencias de la mamá, que solía dejarles solos un ratito, le dieran ocasión de lucirse como galán.
El acabar estos últimos versos y el llegar volando dos medios ladrillos, fué todo uno, que si como dieron junto a los piés del músico, le dieran en mitad de la cabeza, con facilidad le sacaran de los cascos la música y la poesía.
Si alguna de todas estas cosas que he dicho viera yo en el que mis padres me dieran por esposo, a su voluntad se ajustara la mía, y mi voluntad de la suya no saliera, de modo que, como quedara con honra, aunque quedara sin gusto, de grado te entregara lo que tú, señor, ahora con tanta fuerza procuras.
¡Oh buen hermano mío, y quién supiera agora dónde estabas, que yo te fuera a buscar y a librar de tus trabajos, aunque fuera a costa de los míos! ¡Oh, quién llevara nuevas a nuestro viejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras en las mazmorras más escondidas de Berbería, que de allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mías! ¡Oh Zoraida hermosa y liberal, quién pudiera pagar el bien que a un hermano hiciste!, ¡quién pudiera hallarse al renacer de tu alma, y a las bodas, que tanto gusto a todos nos dieran!.
Sucedió en este tiempo que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor, y como, en fin, era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias, y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor que creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba, porque él quedó tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo.
Miraba Sancho la carrera de su rucio y la caída de su amo, y no sabía a cuál de las dos necesidades acudiría primero, pero, en efecto, como buen escudero y como buen criado, pudo más con él el amor de su señor que el cariño de su jumento, puesto que cada vez que veía levantar las vejigas en el aire y caer sobre las ancas de su rucio eran para él tártagos y sustos de muerte, y antes quisiera que aquellos golpes se los dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de la cola de su asno.
Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa.
Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia.

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