Ejemplos con desvergüenzas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Esto le decía yo a mi señora para sosegarla, pero ¡ay de mí!, no me hacía ningún caso, y a mis razones contestaba con las desvergüenzas de la murmuración corriente acerca de Muñoz.
No había ido por la tarde al paseo del Prado, incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada! Quedóse, pues, en su casita, como mujer de provecho, cuidando de Fernandito, que andaba desmazalado, y ya entrada la noche, llegó primero el excelentísimo Martínez y a poco el senador del reino don Vicente Cascante.
Sabíalo él muy bien y aprovechábase de ello para decir a todo el mundo las mayores desvergüenzas con el acierto que le inspiraba siempre su claro entendimiento y su mucha práctica del mundo.
Sería mala política despedir a don Liborio a raíz de haber castigado con mano fuerte las desvergüenzas de los esclavos.
Pero, como suele decirse que un mal llama a otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, así me sucedió a mí, porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, así como me vio en esta soledad, incitado de su mesma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasión que, a su parecer, estos yermos le ofrecían, y, con poca vergüenza y menos temor de Dios ni respeto mío, me requirió de amores, y, viendo que yo con feas y justas palabras respondía a las desvergüenzas de sus propósitos, dejó aparte los ruegos, de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó a usar de la fuerza.
arriméme, arriméme, y, amigo de Dios, oí las miles desvergüenzas de unos y otros, y a pique estuve, Carpio, de entrar a guantás con Barriluco cuando le oí que tomaba en boca a don Román para afrentarle.
Por lo mismo que estaba segura de salvarse de la tentación francamente criminal de don Álvaro, entregándose a don Fermín, quería desafiar el peligro y se dejaba mirar a las pupilas por aquellos ojos grises, sin color definido, transparentes, fríos casi siempre, que de pronto se encendían como el fanal de un faro, diciendo con sus llamaradas desvergüenzas de que no había derecho a quejarse.
Tenían los bancos profundas incisiones: desvergüenzas de los estudiantes, cortajeadas en la madera con ayuda de sus navajas de bolsillo, otras escritas o garabateadas con lápiz en la pared, a la altura de la mano, insolencias, injurias contra maestros, versos en boga, canciones sucias, de esas que suelen andar de boca en boca en las eternas corrientes de la humana estupidez.

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