Ejemplos con creyó

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Racine, en estos dos versos, creyó ver un como remoto antecedente de la estética de Boileau, y tradujo, respectivamente: , y.
¿Qué era él todavía en la corte? ¿Quién hablaba del señor de los Peñascales, ni de la familia del señor de los Peñascales? ¿Qué periódico había cantado su opulencia, o la de doña Juana, o los atractivos de Julieta? Por ventura, aquellas resmas de prospectos, o aquellas circulares de industriales que acaban de recibir el surtido para la estación , o las esquelas mortuorias, o los folletos insulsos que diaria y profusamente le llegaban por el correo interior y que al principio creyó muestras de una especial deferencia a su persona, pues le eran desconocidos los remitentes, ¿no se le enviaban a título de diputado a Cortes? ¿No los recibían igualmente todos sus colegas, muchos de los cuales no tenían sobre qué caerse muertos? Y fuera de estas distinciones y las que también conocemos, ¿de qué otras había sido objeto hasta allí?.
Al verle don Simón a la luz de la fogata, con aquella cara, con aquel birrete de piel y envuelto desde el cuello hasta los pies en un capotón de monte, creyó estar contemplando a uno de los que él había visto salir alguna vez por escotillón en el teatro, entre llamaradas de resina.
No se olvide que don Simón se creyó siempre capaz de todo, y téngase presente que cuando llegó a la posición social en que ahora le hallamos, los límites de sus aspiraciones se perdieron de vista.
Simón Cerojo, que acababa de recibir su licencia de soldado, que sabía un poco de pluma y había corrido media España con su regimiento, de cuyo coronel fue asistente cinco años, y era, además, un mocetón fresco y rollizo, se creyó con todas las condiciones exigidas por la vanidosa muchacha, y se atrevió a pretenderla, no sin llevar encima, por memorial y a mayor abundamiento, en su primera visita, un reloj de cinco duros y alguna de la ropa que, como prenda de una buena estimación y una fina amistad , le había regalado su coronel al despedirle.
El padre Alesón creyó entonces entender.
Gabriel fue al Seminario, y la familia creyó que las Claverías quedaban desiertas.
Cuando los tristes presentimientos del jardinero comenzaron a cumplirse y Mendizábal decretó la desamortización, el señor Esteban creyó morir de rabia.
En el silencio profundo del claustro, al que no llegaban los ruidos de la calle, el Luna creyó oír, lejano, muy lejano, el chillón sonido de las cornetas, y después un sordo redoble de tambores.
Tarareaba distraídamente al dar la mano a Gabriel, y éste creyó reconocer un fragmento del de Beethoven en la música que, sorda y cortada, salía de entre los labios del joven sacerdote.
El Luna creyó retroceder de golpe a la niñez.
De él debía proceder un vago roce que creyó percibir en los inmediatos campos semejante al de una gran culebra arrastrándose por los surcos, por él ladraban todos los perros de la huerta con desesperados aullidos.
Y como su fino oído de hombre habituado a la soledad creyó percibir cierto rumor inquietante en los vecinos cañares, corrió a la barraca, para volver inmediatamente empuñando su escopeta nueva.
Sentada a la puerta de su barraca, creyó sorprenderle varias veces rondando por sendas algo lejanas, o escondiéndose en los cañares para mirarla.
Roseta hasta creyó que iba a llorar.
Creyó Batiste oir gritos ahogados de mujer, choque de muebles, algo que le hizo adivinar una lucha de la pobre Pepeta deteniendo a , el cual quería salir para dar respuesta a sus insultos.
Volvióse rápidamente, y a la difusa luz de las estrellas creyó ver un bulto negro saliendo del camino con silencioso salto y ocultándose detrás de un ribazo.
Hubo un momento en que Batiste creyó ver algo negro que se agarraba a las cañas pugnando por remontar el ribazo.
Creyó soñar, chocaron sus dientes, su cara púsose verde, y le cayó la capa, dejando al descubierto un viejo gabán y los sucios pañuelos arrollados a su cuello.
En más de una ocasión creyó ver negros bultos que huían por las sendas inmediatas.
Creyó ver que hablaba con un hombre, el cual seguía la misma dirección que ella, aunque algo separado, como van siempre los novios en la huerta, pues la aproximación es para ellos signo de pecado.
En el zumbar de sus oídos, en el latir de sus sienes ardorosas por la fiebre, creyó percibir el susurro amenazante de aquel avispero.
Su cabeza se hundió en el barro, tragando el líquido terroso y rojizo, creyó morir, quedar enterrado en aquel lecho de fango, y al fin, con un esfuerzo poderoso, consiguió enderezarse, sacando fuera del agua sus ojos ciegos por el limo, su boca que aspiraba anhelante el viento de la noche.
Necio de él, que, en su candorosa necedad, creyó que alguna vez serían recompensados sus trabajos, si no con dinero, ¡sí con estimación y cariño! ¡Pobre tonto que tuvo la esperanza de encontrar allí brillante y risueño porvenir, trabajo para toda la vida, modesto bienestar! Se va.
¡Valiente posición! Compadeció la ignorancia de la joven y estuvo próximo a decirle que todo aquel lujo era imbécil fatuidad, pura bambolla, pero sintióse dominado por sus temores de niño sumiso y obediente, y hasta en el vacilante resplandor del inmediato farol creyó ver el rostro de mamá contraído por un gesto de indignación majestuosa.
Fue un momento, un momento de vértigo nada más, pero en tan corto espacio creyó que la habitación danzaba como una peonza, que el techo descendía hasta apoyar en su cabeza su peso irresistible, vio obscuridad y luces a un mismo tiempo, experimentó frío y calor, sintió una bola extraña que se le atascaba en la garganta, y en un instante pasaron por su imaginación, como relámpagos lívidos, todas las escenas de novela que había leído, con sus terribles descubrimientos y sorpresas aplastantes.
Creyó que todos le miraban, que los transeúntes ladeaban el cuerpo para evitar su roce, y anduvo apresuradamente, como si sintiera tras sus pasos el espectro de su vergüenza que le perseguía.
Juanito creyó despertar ante aquella aparición.
Creyó lo más prudente poner punto en tan peligroso tratado, y con este fin dirigió una pregunta al Sr.
Miró a todos lados, miró hacia la parte alta de la casa, y en una ventana creyó distinguir un objeto semejante a un ave blanca que movía las alas.

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