Ejemplos con congreso

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero su entretenimiento favorito era el Congreso, y ya con su mujer, ya solo, rara era la sesión que él no presenciara desde la tribuna pública.
Tal fué el primer caldo que tomó Peñascales al convalecer del sofocón que le tumbó en el Congreso al caer el Gobierno que le.
Y el día de la votación avanzaba rápido, a pesar de los subterfugios del Gobierno, y los periódicos se desgañitaban descomponiendo en cifras las fracciones del Congreso.
Y en estas vertiginosas evoluciones, todo el Congreso durante muchos días, el Ministerio prolongando el debate cuanto le era dado para alejar la votación hasta tanto que pudiera ganarla, o convencerse de que la tenía perdida, la prensa desatada, y los centros administrativos cruzados de brazos, esperando la resolución de la inminente crisis que acabaría con un cambio completo del personal, en el cual caso, ¿para qué dar una plumada más?.
Para colmo de complicaciones, había empezado en el Congreso la discusión de los presupuestos, ¡cosa rara!, y el Gobierno, que había prometido dejar la cuestión libre a sus diputados, como las oposiciones le cercenaban los ingresos y el empréstito no se cubría, no tuvo más remedio que hacer la aprobación de ciertos capítulos.
Levantóse en seguida en el banco azul su amigo el ministro de la Gobernación, a asegurar al aturdido diputado que el Ministerio estaba dispuesto a secundar, en cuanto le fuera dable, el propósito contenido en la proposición que acababa de apoyarse, mas a pesar de esto y de haber sido tomada en consideración por el Congreso, don Simón no pudo consolarse.
Pero la ebullición del Congreso llegó entonces a parecerse a una tempestad, y el diputado, sintiendo hundirse el suelo bajo sus plantas y desplomarse el techo sobre su cabeza, cortó de pronto el hilo de su enmarañado discurso, y concluyó en seco.
La proposición, por sus extraños términos, había adquirido cierta celebridad en el Congreso, y el se estrenaba con ella.
Un secretario leyó en el Congreso la proposición de nuestro diputado, y el presidente dijo en seguida:.
¡Oh!, ¡si le hubiera sido posible retirar del Congreso su proposición! ¡Si el demonio no le hubiera tentado para presentarla! ¡Si, a lo menos, los compromisos de su posición jerárquica le hubieran permitido retardar unos días el rompimiento! Pero ya no tenía enmienda.
Y se abrieron, y se llenaron, en efecto, que para eso, a más de las intimidades de familia, había convidado don Simón a todo el Congreso de diputados, autorizándolos de paso para llevar a sus señoras, los que las tuvieran, o a las personas de su confianza, y en parte alguna del mundo civilizado se desaira una fiesta que, por remate, ofrece ocasión de regodear el estómago de balde.
Firme ya en su propósito, comenzó a estudiar su papel, escribiendo a ratos y buscando en otros los gabinetes más solitarios de la casa, para manotear a su gusto y ensayar posturas interesantes delante de un espejo y detrás de una silla, en cuyo respaldo apoyaba sus manos para imitar en lo posible la posición que ocuparía en el Congreso el día en que hablara.
¿Mañana? ¿Mañana, dice usted? Hombre, precisamente mañana, norespondió don Simón desconcertado, por dos razones: porque le habían leído parte de su pensamiento, y esto no le gustaba, y porque se le hacía desde luego capaz de hablar en el Congreso, lo cual le halagaba sobre toda ponderación.
La cuestión del regato reaparecía nueva y palpitante de interés entre el vecindario a cada Congreso que se constituía en Madrid, a cada municipio que se elegía en la villa, a cada gobernador que se cambiaba en la capital de la provincia.
¿Esas tenemos? ¿Con escrúpulos de monja nos venimos? Pues cuente usted desde ahora con que le han de ocurrir en el distrito doscientos lances por el estilo, y si usted está resuelto a hacerles ascos a todos, ya puede volverse a su casa en la seguridad de no sentarse en los bancos del Congreso.
En cuanto su marido recibió el acta de su elección, se lanzó a la calle y encargó a la modista tres vestidos , y uno de Iría al Congreso, a las tribunas de preferencia, muy a menudo, a palacio alguna vez, daría rumbosas fiestas a los hombres de Estado, obsequiarían a su hija ministros y embajadores, ¡quizás obtendría un título de Castilla!.
Pero aún no había tomado asiento en el Congreso el flamante político, y ya estaba convencido de una, para él, triste verdad, a saber: que para brillar en Madrid como brillaba en su provincia, no bastaban el caudal del rico negociante y las demás preeminencias que sobre éste habían ido recayendo una tras de otra.
Iba al Congreso en los días que precedieron a su solemne apertura, y en sus alfombrados salones y pasillos, y en cada uno de los infinitos grupos de diputados, periodistas, altos funcionarios y otras gentes de mucha nota, que se formaban aquí y allá, hablábase de todo menos de su llegada, de su caudal o de su.
Mientras las puertas del Congreso estaban cercadas por una multitud de papanatas, a quienes se prohibía hasta aproximarse a la acera, él las atravesaba erguido entre las reverencias de los porteros, que, al abrirle respetuosamente la mampara de rojo terciopelo, le decían:.
Muy envanecido con estas y otras parecidas distinciones, a falta de las más populares y solemnes que aguardaba para más adelante, considérese el efecto que le causaría la noticia que se le dió una vez en los pasillos del Congreso, de que las oposiciones iban a hacer una guerra implacable a las actas ministeriales, y que la suya figuraba en primer término como la más escandalosa.
No contenía el acta una mala protesta, ni él creía lo que se contaba de su elección sobre atropellos cometidos por sus auxiliares, pero tales cosas podrían decirse en el Congreso, de tal modo podrían presentarse los hechos, que al fin vacilaran los ánimos y se pusiera todo el mundo de parte del vencido, lo cual equivalía a echarle a él de allí y obligarle a volverse a su cosa, como un Juan particular, sin haber llegado a ser.
Corrieron los días, y se aprobó el acta de don Simón, como se lo tenía prometido el ministro, se constituyó el Congreso, y dieron comienzo los primeros debates políticos, apareciendo en escena los parlamentarios, como en avanzada de los expertos capitanes que habían de salir más tarde a dar las batallas decisivas.
De sus labios estaría pendiente el Congreso entero, unas veces convencido, otras veces indignado, pero siempre bajo la influencia poderosa de aquel chorreo de elocuencia.
Presentaría, pues, una proposición al Congreso pidiendo las franquicias para el comercio y la navegación, solicitadas por sus amigos, una carretera para cada pueblo, enlazadas con la general, y la exención de pago de contribuciones pecuniarias y de sangre a toda la provincia, por el año próximo venidero, en virtud de los méritos de la consabida plaga y de otras muchas razones que él sabría exponer, de tal modo, que no solamente llevaran al ánimo de los diputados el convencimiento, sino también el espanto y la consternación.
Doña Luz tenía resuelto no ir a Madrid mientras pudiera no ir: quedarse en Villafría viviendo en su casa solariega, tener allí su centro, su cuartel general, su nido, cuidar desde allí de sus bienes e irlos mejorando y aumentando, ahogar en su alma toda propensión celosa, y, no ya consentir, sino impulsar a su marido a que fuese él solo a la capital, a brillar en el Congreso de Diputados, en las luchas políticas y en los negocios militares.
Soldados sondijo en voz baja el general, y en el mismo instante entró Zalamero con medio palmo de lengua fuera, diciendo: La votación sigue: la ventaja que llevaba al principio Salmerón, la lleva ahora Castelar nueve votos Pero aún falta por votar la mitad del Congreso.
Ansiedad en todas las caras A mí me tocaba entonces ir allá, para traer el resultado final de la votación Tras, tras cojo mi calle del Turco, y entrando en el Congreso, me encontré a un periodista que salía: La proposición lleva diez votos de ventaja.
Juan Pablo sentía increíbles deleites en ir al café, hablar mal del Gobierno, anticipar nombramientos, darse una vuelta por los ministerios, acechar al protector en las esquinas de Gobernación o a la salida del Congreso, dar el salto del tigre y caerle encima cuando le veía venir.
A aquel círculo iba Federico Ruiz siempre con prisa y con el tiempo tasado, porque a tal hora tenía que asistir a una junta para tratar de la erección del monumento a Jovellanos, después a otra para ocuparse del banquete que se había de dar a los pescadores de provincias que vendrían al Congreso de piscicultura.
Piden en el Congreso una nota del estado en que se halla la codificación de Hacienda.

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