Ejemplos con confieso

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Bien, bien, Belarmino, confieso que no le entiendo a usted todavía.
Con fervor y unción retóricos, lo confieso, me las arreglé para convencerla de que fijásemos nuestra mutua relación en un terreno puro y espiritual.
Confieso que la unánime y entusiasta aprobación, diré mejor, la alabanza sin restricciones que ha coronado a , ha sido para mí, como para su autor, una verdadera aunque agradable sorpresa.
Confieso que también me reí como un idiota.
Es verdad que me queda mi nieto, pero ese Juanito en nada se parece a su padre, y te lo confieso: le quiero poco, no veo en él más que un reflejo lejano de mi pobre hijo.
Confieso que la consideración del mérito de mi sobrino me ha servido de estímulo.
Yo confieso que me quedo embobado oyendo referir a las mujeres sucesos, lances o conversaciones.
Confieso que soy tonta: nada adivino.
Yo, en cambio, lo confieso, tengo un ideal, que, al paso que vamos, no se realizará, si se realiza, hasta dentro de diez o doce siglos, pero, amigo, es menester ir encaminándose hacia él, aunque sea a paso de tortuga.
Mira, Manuela, ¿qué no te declararé yo? Confieso que he pensado en la posibilidad de ese amor, pero le he desechado como locura.
Te lo confieso: yo tenía de mí misma y de los hombres mucha peor opinión.
Confieso que al ir copiando estas páginas, escritas hace cuatro lustros, y tanto tiempo olvidadas, torna y se apodera de mi alma árida y triste aquella plácida melancolía de mi penosa juventud, confieso que al copiar los capítulos de esta historia amorosa, viene a mi memoria el recuerdo de aquellos días, y de mis ojos, que ya no saben llorar, rueda una lágrima.
Después he leído las obras de Leopardi, de Schopenháuer y de Hártman, y confieso que me son simpáticos, aunque no acepto sus ideas.
Confieso que el buen servidor con sus burlas y fisgas me hizo rabiar muchas veces.
Te confieso que tales embustes me tienen apenado.
Fué preciso poner término a esos amores que no eran del agrado de mi papá, pero le confieso a usted, Rodolfo, que le quise mucho, ¡mucho! Se parece usted mucho a él.
¿Seria yo capaz de aliviar de alguna manera la precaria situación de mi familia? ¿Me sería dable corresponder a los sacrificios de aquellas cariñosas ancianas que por verme dichoso habrían dado su vida? Confieso que en aquellos momentos me faltó el valor.
—¡Yo lo confieso! Por con la Duquesa de.
Te lo confieso, marido de mi alma, tengo un hambre de mil demonios.
Yo no tenía el gusto de conocer a usted Le confieso que me quedé pasmada cuando mi amiguita me dijo ayer quién era usted.
La raza española es tremenda, chico, para la asimilación de todo lo que pertenece a la forma ¡Pero si habías de verla tú! Yo, te lo confieso, estaba pasmado, absorto, embebe.
No puedo ni destruirlo ni atenuarlo pero puedo confesarlo y lo confieso, diciéndote: ¡Señor, que aborrezco a mi madre!.
¿Qué es esto que siento? ¿Por qué no me matas, Dios mío? ¿Por qué no me hundes para siempre en el Infierno? Es espantoso, pero lo confieso, lo confieso a solas a Dios, que me oye, y lo confesaré ante el sacerdote.
No haya más, señor mío replicó Sancho, que yo confieso que he andado algo risueño en demasía.
Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia, que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado: así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero.
Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la mucha discreción que tienes y el estremo de la verdadera amistad que alcanzas, y ansimesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal.
En lo otro de la clavija que vuestra merced dice del conde Pierres, y que está junto a la silla de Babieca en la armería de los reyes, confieso mi pecado, que soy tan ignorante, o tan corto de vista, que, aunque he visto la silla, no he echado de ver la clavija, y más siendo tan grande como vuestra merced ha dicho.
También confieso esa verdad respondió don Quijote.

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