Ejemplos con compañeros

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Estos cirios eran, claro está, mis compañeros.
¿Tenía yo vocación? No sé si, por reacción y enojo contra mis compañeros, llegué a estar convencido de sentir una gran vocación.
Pero mucho más equilibrados eran mis cerriles compañeros.
Mis únicas distracciones eran el estudio y la lectura, cosa inexplicable para mis compañeros.
Y lo pensaba, no porque yo sintiera deseos, ni estuviese enamorado de mujer alguna, sino porque miraba y compadecía a mis compañeros.
A diferencia de mis compañeros, yo continuaba leyendo y estudiando.
Pero conste que aquellos quienes invitan a los pobres pequeños viejos no soy yo, pero son sus compañeros Belarmino y Apolonio.
Se zafa de sus compañeros, se escurre por un pasillo, en busca de una botella vacía, sale al jardín y da un gran rodeo, porque nadie sospeche la maniobra.
Merced a otros muchos pensionistas y accidentales compañeros de hospedaje, fuí interesándome y adoctrinándome en las varias disciplinas y actividades del saber.
Y no bastaban a tranquilizarle las seguridades que le daban sus compañeros, fundándose en el instinto y la firmeza de las cabalgaduras.
Sus compañeros que siempre madrugaban más que él, habían caído ya sobre el terreno como nube de langostas.
Luna y su compañera pasaron a Holanda y a Bélgica y se instalaron después en Alemania, siempre viajando de grupo en grupo de compañeros, dedicándose a diversos trabajos, con esa facilidad de adaptación de los revolucionarios universales, que sin dinero corren el mundo sufriendo privaciones y encontrando siempre, en el momento difícil, una mano fraternal que los levanta y los pone de nuevo en camino.
Vivía en un hotelito de estudiantes, cerca de la Escuela de Medicina, y sus discusiones vehementes por la noche, entre el humo de las pipas, con los compañeros de hospedaje, le instruían tanto como los libros de la odiada ciencia.
La vida de Gabriel en el Seminario fue la existencia monótona y vulgar del estudiante laborioso: triunfos en las controversias teológicas, premios a granel y el honor de ser presentado a los compañeros como modelo.
Sus compañeros de regencia estaban en la cárcel o en el destierro, y sí él no sufrió igual suerte, era por su mitra y su apellido.
A cada jugada, alguno de los tres agarraba el jarro, bebía en él reposadamente y lo pasaba a los compañeros, que lo iban empinando igualmente con no menos ceremonia.
Muerto de sueño, jamás se atrevía, como los compañeros, a dormir en el carro, dejando que las bestias marchasen guiadas por su instinto.
Si eran buenas, mi amigo argumentaba con sofismas que sus compañeros no acertaban nunca a distinguir, si eran vacías y fuera de propósito, Porras recurría a la sátira para quemar a los buenos señores.
La desdicha y el infortunio nos habían juntado, y serían siempre nuestros compañeros.
Me puse al cinto la pistola, dije adiós a mi casita, y a mis libros, mis buenos amigos, mis cariñosos compañeros, y me dirigí a la calle.
Mis compañeros creían habérselas, sin duda, con balandrón mancebo, presumido, jactancioso y pagado de sí, que vendría a imponérseles, abusando de la bondad con que le trataba el señor Fernández.
Parecía imposible que éste soportase las travesuras del estudiante, que traía revuelta toda la casa, persiguiendo a las criadas, entreteniendo con chistes a los tejedores e introduciendo algunas veces en su cuarto ciertos compañeros de Facultad tan levantiscos como él, que al menor descuido saqueaban la despensa, y cuando no, hacían temblar los viejos pavimentos del caserón ensayándose a saltos en el manejo de la pandereta.
El doctor había jugado fuerte, perdiendo miles de duros, mantenía queridas costosas por pura ostentación y emprendía viajes divertidos por toda España con audaces compañeros de bureo.
Desfilaban los veinticuatro ancianos con albas vestiduras y blancas barbas, sosteniendo enormes blandones que chisporroteaban como hogueras, escupiendo sobre el adoquinado un chaparrón de ardiente cera, seguíanles las doradas águilas, enormes como los cóndores de los Andes, moviendo inquietas sus alas de cartón y talco, conducidas por jayanes que, ocultos en su gigantesco vientre, sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos, y cerraba la marcha el apostolado, todos los compañeros de Jesús, con trajes de ropería, en los que eran más las manchas de cera que las lentejuelas, e intercalados entre ellos, niños con hachas de viento, vestidos como los indios de las óperas, pero con aletas de latón en la espalda, para certificar que representaban a los ángeles.
Subieron con ellas, permanecieron de visita más de una hora, cantó Amparito para obsequiar a su futuro suegro, y cuando salieron a la calle, el padre y el hijo marchaban como compañeros unidos fraternalmente por una común empresa.
Él, tan metódico y cuidadoso de cumplir sus obligaciones, abandonaba la tienda para ir a la Bolsa en compañía de su principal, o a los lugares donde se reunían sus compañeros de explotación financiera.
Sois los hijos, los sucesores de aquellos comerciantes de mi casta, viejos compañeros que antes morían que faltar a la honradez.
Mis compañeros, mis amigos, hace ya muchos años que se pudren en la tierra.
A la salida me despedí, muy de prisa, de mis compañeros de viaje.
Como el Rodolfo de mi novela, gran lector de libros románticos, eran todos mis compañeros de mocedad,te lo aseguro a fe de caballero,y ni más ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme.

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