Ejemplos con cofias

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En él se ve a dos campesinas bretonas, vestidas con el traje típico y tocadas con cofias blancas almidonadas, paradas en el camino.
Volviendo a enfundarse en los trajes tradicionales, pantalones cadis, boina negra, cofias.
Así que estaba llena la subía sobre la cabeza a uno de los cuartos de arriba, donde con todo esmero y arte colocaba las camisas, las chambras, cofias y peinadores sobre unos mostradores hechos al intento: las cubría delicadamente con un lienzo, y luego se salía cerrando la puerta y guardando la llave en el bolsillo.
Sus batas de seda de color siempre apagado, sus cofias de encaje nunca vistas hasta entonces, sus babuchas de terciopelo, eran el pasmo de la población.
¡Oh, qué de cofias te diera, qué de escarpines de plata, qué de calzas de damasco, qué de herreruelos de holanda! ¡Qué de finísimas perlas, cada cual como una agalla, que, a no tener compañeras, Las solas fueran llamadas! No mires de tu Tarpeya este incendio que me abrasa, Nerón manchego del mundo, ni le avives con tu saña.
Los enfermos que reposaban en los limpísimos lechos que en correcta formación ocupaban los laterales de la sala, en cuyo fondo destacábase una bellísima Dolorosa, se incorporaron, los en estado de poder hacerlo, para recrear sus ojos en la belleza de Maricucha, que ponía con sus típicos colorinescos atavíos una nota exótica y brillante en aquel escenario, al que daban los dolores mudos y las miradas calenturientas un sello extraño de austeridad y tristeza, que no podían esfumar del todo el sol que bordeaba los alféizares de las simétricas ventanas, ni el blanco reluciente de los estucados muros, ni las nevadas coberturas de las camas, ni el piar de los pájaros en las ramas de los árboles que asomábanse regocijantes por los amplios ventanales, ni la suave serenidad de los rostros de las hermanas que iban de unos a otros prodigando consuelos y administrando pócimas, con sus sayales azules, sus manguitos de igual color y sus cofias nítidas y las no menos nítidas cornetas.
cofias y sus ruecas, que desde que se arrimaron los husos, no se usa cosa buena! ¿Cuándo.
D'Artagnan observó en el banco más cercano al pilar donde Porthos y él estaban adosados una especie de beldad madura, algo amarillenta, algo seca, pero tiesa y altiva bajo sus cofias negras.
Era claro que se trataba de un manejo que hería vivamente a la dama de las cofias negras, porque se mordía los labios hasta hacerse sangre, se arañaba la punta de la nariz y se agitaba desesperadamente en su asiento.
La dama de las cofias negras siguió a través de sus vueltas la mirada de Porthos, y comprobó que se detenía sobre la dama del cojín de terciopelo, del negrito y de la doncella.
La dama del cojín rojo causó gran efecto, porque era muy bella, en la dama de las cofias negras, que vio en ella una rival realmente peligrosa: un gran efecto sobre Porthos, que la encontró más hermosa que la dama de las cofias negras, un gran efecto sobre D'Artagnan, que reconoció a la dama de Meung, de Calais y de Douvres, a la que su perseguidor, el hombre de la cicatriz, había saludado con el nombre de milady.
D'Artagnan, sin perder de vista a la dama del cojín rojo, continuó siguiendo los manejos de Porthos, que le divertían mucho, creyó adivinar que la dama de las cofias negras era la procuradora de la calle Aux Ours, tanto más cuanto que la iglesia de Saint Leu no estaba muy alejada de la citada calle.
D'Artagnan alzó sus cofias y sacó sus manos de debajo de la manteleta, a la vista de sus mostachos y de su espada desnuda, el pobre diablo se dio cuenta de que tenía que vérselas con un hombre.
Athos reconoció a su camarada, y con lo flemático que era soltó una carcajada que motivaba de sobra la mascarada extraña que ante sus ojos tenía: cofias atravesadas, faldas que caían sobre los zapatos, mangas remangadas y mostachos rígidos por la emoción.
La cara de la prenda que el casamentero me encaminaba era tan ancha de frente y tan angosta de barba que parecía empezada en un punto, como las cofias que las mujeres para sí hacen.

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