Ejemplos con clamoreo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cansado del monótono espectáculo que ofrecían los bueyes, tirando entre el clamoreo del gentío que no se fatigaba del largo plantón, el doctor se distrajo examinando el aspecto de las casas y las personas.
Por fin, un clamoreo de vivas expresó la salida, y el tren dio los primeros pasos, hiriendo la calzada de hierro con las suelas del mismo metal.
Tiraban los bueyes penosamente, como si fuese a estallar la testuz bajo el yugo, esforzándose entre los gritos y los pinchazos de los conductores que los azuzaban coreados por sus partidarios, y cada vez que una piedra, con nervioso tirón, avanzaba algunos pasos, sonaba un clamoreo de los espectadores.
Váyanse con mil demonios, que aquí estamos muy bien sin que los señores de la Corte nos visiten, y mucho mejor sin oír ese continuo clamoreo de nuestra pobreza y de las grandezas y maravillas de otras partes.
Lo que en seguida extrañó era que parecía venir el arreo sin ese clamoreo peculiar que siempre, siquiera a ratos, tiene que acompañar la marcha de los animales para avivarla, enderezar algún porfiado, o apurar un rezagado, y hace que los habitantes de los ranchos cercanos, entretenidos en tomar mate, mientras chisporrotea el asado, enderecen las caras iluminadas por la llama rojiza del fogón, y digan, estirando los pescuezos:.
Sostenía las más raras y descabelladas teorías, apoyado en extravagantes textos, vestíase con insólitos atavíos, y dueño de un aplomo a toda prueba, cruzaba el mundo sonriendo irónico, caminando a su fin sin importarle el clamoreo de la chusma, como esos actores que vemos hablar y sonreír ciegos y sordos ante las iras deshechas del público.
Un clamoreo horrísono, alzábase en todos los ámbitos del circo.
Pero cuando todos vagaban errantes en el centro de la tenebrosa espesura, un clamoreo disonante que llevaba en su eco todos los accidentes de un diapasón horrible por la degradación variada de tonos, se elevó de aquella selva peligrosa: un ¡ay! prolongado y lastimero que se reproducía incesante, como la voz de ¡alerta! en una plaza sorprendida, o como el fatídico y desesperado acento del agonizante náufrago, hendió el espacio con un eco vibrante y sombrío.
Por fin, un clamoreo de vivas expresó la salida, y el tren dio los primeros pasos, hiriendo la calzada de hierro con las suelas del mismo metal.
¿De qué sirve al elegido, al que marcha delante, esa tumultuosa confianza, amplificada por la única fuerza de los débiles, que es el número? ¿De qué le sirve la baja ilusión de los beneficiados a máquina? Ni siquiera le alcanza el clamoreo común.
Dos grandes mastines con las colas borrosas y las lenguas colgantes, hipaban bajo el vientre de los caballos, puestos los ojos en el paisaje oscuro y siniestro del fondo de donde venían, cual si sintiesen todavía el calor de la pólvora y el clamoreo de guerra.
Semejantes razones subyugaban y exaltaban a aquellas gentes crédulas y sencillas, y doblaban su brío, así es que el clamoreo y alharaca ensordecía y atronaba el aire.
Un día, poco antes de amanecer, despertaron a don Álvaro el galope y relincho de los caballos, el clamoreo de trompetas y tambores, la gritería de la guarnición y de la gente de afuera, el crujir de las cadenas de los puentes levadizos, los pasos y carreras de los hombres de armas y ballesteros y, finalmente, un tumulto grandísimo dentro y fuera del castillo.
Una vez en la explanada, desmandose Brezales del rebaño, llamó a voces a los dos cocheros, arrimaron éstos algo más los respectivos carruajes, distribuyéronse en ellos las nueve personas, y pocos minutos después el complacido don Roque, llevando a su derecha a la duquesa del Cañaveral, al atravesar lo más vistoso de la población con rumbo a la playa, casi, casi se admiraba de que no estuvieran colgados los balcones y no se arrojaran desde ellos, entre estallidos de cohetes y el clamoreo de las campanas de la catedral, canastillas de rosas deshojadas, versos en papeles de colores y palomitas con lazos, sobre las gentes ilustres que le acompañaban y le seguían.
que arde en el mar, el clamoreo confuso,.
Ni una vez siquiera lo habían sacado al campo, no había visto ni un pedazo vivo de la naturaleza: todo lo que tenía ante sus ojos era falsificado: no se había embriagado en el perfumen de las flores ni oído el clamoreo de las aves cantando dichosamente a la existencia en una mañana de primavera.
Habíame yo metido en la cama con la cabeza atiborrada de sucesos extraordinarios y el corazón henchido de impresiones, veía la tempestad rugiendo entre las montañas, desgajando peñascos y desarraigando troncos seculares, y a una docena de hombres, sencilla y naturalmente generosos, envueltos entre remolinos de nieve y de granizo, rodando por los suelos, como la hojarasca muerta de los árboles, veía a Chisco moribundo en el lomo de una roca, sobre el fondo negro de un abismo espantoso, veía las ansias desesperadas de sus compañeros de fatigas, que no hallaban la manera de sacarle de allí, y veía, por último, al noblote Pito Salces volando por los aires y jugándose la vida en aquel arranque brutalmente sublime, por el intento solo de salvar la de su amigo, que de seguro hubiera hecho una barbaridad idéntica por él, consideraba yo todo lo que representaban y valían a la luz del buen sentido estas cosas, y la simple acometida de la excursión a la montaña en un día como aquél, por puro y santo espíritu de caridad, como el hecho más natural y sencillo, sin la menor protesta, sin la más leve duda y sin idea siquiera de la más remota esperanza de lucro ni de aplauso, y, sin poderlo remediar, me acordaba de lo que había leído y oído tantas veces en mi mundo, del clamoreo resonante que solía moverse en tertulias, casinos y papeles, y de los honores y cintajos que se pedían y se otorgaban para premiar una «hazaña» que no valía dos cominos en buena venta, pensaba también en mi pobre tío, a quien las dudas primero, y después el conocimiento de la realidad con todos sus pormenores, habían afectado muy profundamente, y en que le había dejado yo a la puerta de su dormitorio mucho más abatido y macilento que de costumbre, más fatigoso y más perseguido por la tos, en fin, hasta pensé en lo que, en buena justicia, habrían ganado Chisco en la estimación de Tanasia, de quien no era digno un animalote como Pepazos, y Pito Salces en la de Tona, que no habría echado en saco roto las heroicas atrocidades del mozallón que tan de veras la quería.
El clamoreo dramático de la hora sube al cielo imponente como un hosanna y envuelve en sus magníficas tembladoras ondas de sonido al Pontífice, que poco a poco asciende por la escalinata, bendiciendo, entre la muchedumbre que se prosterna y murmura jaculatorias de adoración.
Mas, cuando oyó el lejano clamoreo y la frase “se derrumba el pozo” llegó distintamente hacia él, el aletazo del miedo y la amenaza de un peligro hizo encogérsele el corazón.
Por todo lo que llevo dicho hay pocas cosas que me incomoden tanto como el oír el continuo clamoreo de esas gentes quejumbrosas, a quienes todo cuanto se hace, o parece mal, o parece por lo menos poco.
Al aparecer yo en la cocina, cesó el recio clamoreo de la empeñada conversación que me había parecido disputa desde el pasadizo inmediato, y todas las personas del grupo se encararon conmigo de repente.
De pronto percibió un lejano clamoreo.
Hay en las dos aulas el mismo clamoreo, las mismas risas, el mismísimo estrépito, y si los compañeros de Bovary, se burlan de él tirándole «bolitas de papel», los compañeros de Zurita se burlan también de él tirándole «bolitas de papel.
Un gozoso clamoreo anunció la llegada del valiente Guarionex, que armado de su macana daba recios golpes.

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