Ejemplos con chiscón

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Chiscón, que no podía llamarse a engaño, porque a nada obliga en la Montaña a una moza soltera el abrir de noche la puerta al mozo que así lo desea para hablarla delante de la familia al amor de la lumbre, de los cuales términos él no había pasado allí, tragose las calabazas sin meterse en más indagaciones, se despidió como pudo, y volvió a la taberna donde le esperaba el Sevillano.
Huir de los brazos hercúleos de Chiscón, era todo el cuidado de Pablo, y entre tanto, golpe y más golpe sobre el gigante.
Ya sabemos dónde luchaban Pablo y Chiscón, que éste era grande y forzudo, y cómo recibió su primera embestida el valeroso mozo de Cumbrales, que si no era tan fuerte como su enemigo, tenía, en cambio, la agilidad de la corza y el temple del acero.
Nisco, que no había perdido de vista a Pablo, en cuanto le vio enfrente de Chiscón saltó como un corzo desde la bolera al campo, sin tocar la paredilla, y voló hacia su amigo, pero le salió al encuentro un valentón del otro pueblo, y fuéronse a las manos.
¡Cristo mío, la que en seguida se armó allí! Pero Pablo, que ya la esperaba, porque de un modo o de otro tenía que venir, con las rotas panderetas en las manos, la cabeza erguida, la boca entreabierta, el pecho anhelante y lívida la tez, examinó el campo con una mirada rápida, y la clavó firme sobre Chiscón que corría hacia él, apartando la gente, como el oso los matorrales.
Venían delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas, y traían en medio a Chiscón con ramos en el sombrero y en los ojales de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa.
De todo ello tendría la culpa Chiscón, aconsejado por su amigo el Sevillano.
-Vámonos, Braulio -dijo con resped al pasar junto al mozo que hablaba con Chiscón-: deja esa peste que te mancha.
-Y eso que me cuentas -preguntó Chiscón al templado mozo, con burlona sonrisa-, ¿es amenaza o caridá?.
¡Pues venga a echarla mano! -dijo Chiscón, irguiendo su colosal escultura y sacando luego fuera de la boca un palmo de lengua, ancha, gruesa y roja como la de un caballo.
Sintió Chiscón el golpe en lo más vivo, y para disimular sus efectos, echó fuera al mozo que le seguía por la izquierda.
Así se andaba allí, tan pronto sorbiendo como mascando, como limpiándose la cara con el delantal o la manga de la camisa, cuando apareció Chiscón en la magosta, por el lado de Rinconeda.
Como había sido tan mirado y visto el desaire, y en casos tales a nadie le gusta recoger lo que otro desecha, la moza invitada desairó también a Chiscón, dirigiose éste en seguida a la de más allá.
Pareciéronle a Chiscón, por ser públicas, estas segundas calabazas más duras de tragar que las primeras, pero tragolas mal de su grado, aunque no sin bascas y trasudores, y fingiendo una serenidad que no tenía, apartose de Catalina y acudió a otra moza con la pretensión.
Al otro día todo el pueblo era sabedor de lo charlado allí por Chiscón, que, después de dormir la mona y las pesadumbres, verdaderas lenguas de sus descomedimientos, apenas se acordaba de otra cosa que de las calabazas recibidas.
-¡Y se pregonó de la noche a la mañana con Chiscón el de la Rispiona!
Chiscón, porque le corrían costas en el pleito, no se descuidó en rematarle cuanto antes.
Chiscón entonces soltó un relincho que repitieron todos los ecos de la vega, y ningún otro ruido turbó ya la negra soledad de su camino, sino el triste, lento y remoto gemir del cárabo en el monte, y el bufar de una lechuza que pasó volando hacia el campanario de Cumbrales.
Nisco salió solo, Catalina, con la gente de su barriada, y como en todas ellas se armó ruido, alborotándose los perros que, aun sin que nadie los hurgue, no cierran boca en toda la noche, muchos valientes volvieron a pensar en lo del murio, y el Sevillano se agarró a Chiscón y no le soltó hasta la puerta de su casa, pues todo aquel trayecto hubo de necesitar, por las trazas, para convencerle de que no debía de acompañar en público a Catalina, después de lo visto, hasta hablar con ella en debida forma.
Era Chiscón hombre poco palabrero en cosas que le llegaban a lo vivo, y después de decir esto, no quiso que allí se hablara más del asunto, pero continuó viendo y observando.
-Me dio a mí ya que cavilar -dijo Chiscón- lo que paso al respetive del sitio.
Y aconteció también que, como la una y el otro siempre que hablaban se sonreían, aunque de muy mala gana, Chiscón, que no los perdía de vista un instante, tomó al pie de la letra aquel falso regocijo, creyole señal de una reconciliación, y vio, por ende, su pleito en riesgo grave.
Es cosa averiguada que aquella noche, por indicación del jándalo, en lugar de ir el de Rinconeda a casa de Catalina por la calleja contigua al murio, como de costumbre, se dieron ambos un paso, para tomar el aire, por la barriada opuesta, y desde allí, rodeando mucho, llegó a su casa el Sevillano, admirado, por primera vez en su vida, de lo que ladraban los perros en Cumbrales en cuanto anochecía, y siguió Chiscón, solo y relinchando, en busca del norte de sus pensamientos.
Aceptose de buena gana el desafío por el Sevillano y Chiscón, a quienes tenía muy suspensos el relato de Tablucas, y se dio comienzo a la partida.
Preguntole Chiscón si sospechaba de alguien, y respondió el atribulado personaje:.
Chiscón y el Sevillano, sin hacerle maldito el caso, seguían comentando, medio en serio y medio en broma, los relatos de Tablucas.
¡Si le tendría ganas el Sevillano! Agradeciole el brindis Chiscón, pero desechó el servicio por innecesario.
Tomaba Chiscón la buena acogida por donde más le halagaba, y proponíase abreviar los procedimientos, por lo que pudiera ocurrir.
Ociosa, como he dicho, estaba la baraja, acaso porque faltaba un pie para un partido a la flor de cuarenta, pero no lo estaba tanto el vaso, que a menudo andaba de mano en mano y de boca en boca, colmado del tinto que oportunamente escanciaba Chiscón, quien, por las trazas, era el que convidaba allí.
Pues este mocetón, también en mangas de camisa y con la chaqueta al hombro, era el famoso Chiscón el de Rinconeda, gran amigo del Sevillano de Cumbrales, y pretendiente de Catalina desde que Nisco la había dejado.

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