Ejemplos con chirridos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Similar al concepto anterior, establecen como muy difusa la línea que separa los sonidos musicales de los de altura indeterminada y de los ruidos o chirridos.
El fantástico sonoro, las bandas de sonido de las películas de este director muestran también esta influencia: ruidos inidentificables o desfasados, alaridos, chirridos, gritos de pájaros, jadeos, que hacen de la ciudad una jungla inquietante que solamente a música puede aplacar.
Así mismo aprendieron profundamente el trinar y el danzar de las diferentes especies de aves, descifraron el significado del quejido de los animales, el borboteo de los riachuelos y los chirridos de los grillos.
La comedia violenta despertaba, a menudo, las quejas y chirridos de su madre, una mujer de carácter y personalidad fuerte e incapaz de aceptar la profesión de sus hijos.
A menudo las experiencias auditivas son descritas como zumbidos, chillidos, siseo, rugidos, ráfagas, chirridos, crujidos, vibraciones y silbidos.
Otra decisión de Metrovías para mitigar los chirridos del rozamiento de la pestaña de la rueda contra los rieles fue la colocación de engrasadores en todas las curvas de la Línea C y principalmente en la curva de Diagonal Norte.
Más a menudo también hace chirridos agudos e intensos.
En su casa, y una vez que habían pasado los chirridos, la familia, muy enojada con Bart, piensa un castigo, y en un momento de ausencia de Bart, el Jefe Wiggum sugiere mandarlo a la Escuela Militarizada para reformarlo.
El movimiento de los muelles tenía para él cierta música evocadora de su juventud, cuando navegaba como médico de trasatlántico, chirridos de grúas, rodar de carros, melopeas sordas de los cargadores.
Entre el muelle y el trasatlántico, un anchuroso espacio de bahía con gabarras chatas para el transporte del carbón abandonadas sobre su amarre y cabeceando en la soledad, vapores de diversas banderas, en torno de cuyos flancos agitábase el movimiento de la carga con chirridos de grúas y hormigueo de embarcaciones menores, veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras, rugidos de sirenas anunciaban una partida próxima y otros rugidos avisaban desde el fondo del horizonte la inmediata llegada, banderas belgas que en lo alto de un mástil iban a las desembocaduras del Congo, proas inglesas que venían del Cabo o torcían el rumbo hacia las Antillas y el golfo de Méjico, buques de todas las nacionalidades que marchaban en línea recta hacia el Sur, en busca de las costas del Brasil y las repúblicas del Plata, cascos de cinco palos descansando en espera de órdenes, de vuelta de la China, el Indostán o Australia, vapores de pabellón tricolor en ruta hacia los puertos africanos de la Francia colonial, goletas españolas dedicadas al cabotaje del archipiélago canario y las escalas de Marruecos.
Y la otra inspecciona las cestas, remueve los papeles en que van liadas las hórridas figuras, torna a colocar sobre los bancos los encargos Y silba la locomotora con un silbido largo y bronco, se remueve el tren con chirridos de herrumbres y atalajes mohosos, una gran claridad se hace en el coche.
Los buenos tiempos eran cuando el mineral iba arrastrado por bueyes hasta la ría, y había guardas en los caminos para ordenar el paso de las carretas que alegraban la montaña con sus chirridos.
Rezaba al anochecer uno y dos tercios de rosario, ella sola, entre labios, descuidándose en marcar las Avemarías con el pase de cuentas, dormía de un tirón toda la noche, roncando desaforadamente con diversidad de sones musicales, como trémolos de violoncellos, chirridos de veletas castigadas por el viento, rumor de un salto de agua, y acordes perfectos de fagot y clarinete con tónica, tercera, quinta y séptima disminuida.
Pagaron los carreteros, y arreando sus bestias alejáronse hacia la ciudad, llenando el camino de chirridos de ruedas.
El pozo, después de una semana de descensos y penosos acarreos, quedó limpio de todas las piedras y la basura con que la pillería huertana lo había atiborrado durante diez años, y otra vez su agua limpia y fresca volvió a subir en musgoso pozal, con alegres chirridos de la garrucha, que parecía reirse de las gentes del contorno con una estridente carcajada de vieja maliciosa.
De todos los extremos de la vega llegaban chirridos de ruedas, canciones perezosas interrumpidas por el grito que arrea a las bestias, y de vez en cuando, como sonoro trompetazo del amanecer, rasgaba el espacio un furioso rebuzno del cuadrúpedo paria, como protesta del rudo trabajo que pesaba sobre él apenas nacido el día.
Había llegado a la Judea romana, atravesando el Gran mar como si fuera un vado, sobre las olas las plantas de Luzbel dejaban huellas de humo y chirridos del agua que quedaba hirviendo a su paso.
distante del solitario torreón, y los lúgubres chirridos de la lechuza y el búho, que, como los.
experto, distinguir que aquellos chirridos eran de un hombre antes que de la nocturna ave.
Allá se escuchaban lejanos los ladridos de los perros, acá los chirridos del búho y del mochuelo, allí el canto del gallo que anunciaba la tempestad, y aquí el resonante murmurio de un caudaloso arroyo que se arrojaba a la.
Aficionadas a la sociedad humana, las golondrinas prorrumpieron en jubilosos chirridos cuando llegaron Rosita, el doctor y los demás de la expedición.
Otro tanto puede sucederles a esas criaturas animales: cuando ellos escuchan el lenguaje humano sólo perciben subidas y bajadas de voz, sonidos más o menos agudos, más o menos graves: Chirridos, rugidos, relinchos, roncares, bufares y crocotares.
Cuando Juan, al oír el primer canto de los pájaros, se asomaba a la ventana y se detenía allí un momento contemplando aquella hermosa aureola con que coronaba el alba la cordillera de los altos montes que se extendía al Oriente del valle, cuando después, con la azada al hombro, se dirigía a las heredades, arrullado por el dulce e infinito concierto de cánticos que alzaban los pájaros en todas las enramadas, cuando aspiraba el dulcísimo perfume con que las flores y las plantas, húmedas con el rocío de la aurora, embalsamaban el ambiente, y cuando a la vaga y misteriosa luz del naciente día contemplaba el fondo y el conjunto del valle, donde nubecillas de humo que comenzaban a alzarse de los hogares, y balidos de ganado que iba al monte, y ruido de puertas y ventanas que se abrían, y chirridos de carretas que se ponían en movimiento, y cantares de muchachos que iban a coger el agua fresca y serena, anunciaban el despertar universal de la vida, adormecida un momento para descansar, cuando todo contemplaba y oía y aspiraba, ¡qué necesidad tenía su alma de poeta de oír ni entonar los cantos de Homero y Virgilio!.
Después no quedó de ella más que el tíntán pausado de la esquila, desvanecido con la distancia, entre los chirridos melancólicos de cigarras infinitas.
Oyéronse, pues, sucesivamente chirridos de llaves y de goznes de puertas que se abrían, trastazos de tropezones, toses vitalicias, pasos remotos, gritos bruscos que sólo entienden las bestias, coces sonando sobre tabla, juramentos, relinchos, maldiciones, otros pasos más próximos, recios como trancazos, ganando poco a poco la escalera, y, finalmente, tres furiosos golpes, aplicados a la puerta de nuestro cuarto, y una espantosa voz, semejante a un tiro, que, traducida al cristiano, había querido decir: «¡Arriba!».
Y entre un torbellino de faldas de color y de ropa negra, oyendo a lo lejos la madera constipada de los violines y los chirridos del bronce, que a ella se le antojaba música voluptuosa, pudo comprender que la arrastraban fuera del salón.
¿Qué habían de hacer si no? ¿A dónde habían de ir? -En la chimenea ardían los bosques seculares de los dominios del Marqués, aquellas encinas feudales se carbonizaban con majestuosos chirridos.
Las golondrinas, que ahora son respetadas porque le arrancaron á Cristo con el pico las espinas de la corona, serían perseguidas y muertas, y no acudirían todos los años á hacer el nido en el alero del tejado ó dentro de la misma casa, ni saludarían al dueño con sus alegres píos y chirridos.
Sí, sí, Serafina, en esas horas tengo lástima de mi mujer, de quien soy esclavo, sus caricias disparatadas, que son reflejos de otras mías que yo aprendí de tus primeros arranques de amor frenético y desvergonzado, sus caricias, que son en ella inocentes, para mí crímenes, se me contagian y me llevan consigo al aquelarre tenebroso, donde entre sueños y ayes de amor que acaban por suspiros de vejez, por chirridos del cuerpo que se desmorona, vivo de no sé qué negras locuras sabrosas y sofocantes, llenas de pavor y de atractivo.

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