Ejemplos con caña

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Un día se presentó en el cuchitril de Belarmino Froilán Escobar, alias el Estudiantón y también Aligator, a que le pusiese palas y medias suelas a un par de botas, que para llegar a ser un verdadero par de botas no necesitaban, además de las palas y de las medias suelas, sino refuerzo en el contrafuerte, unos trozos de la caña y unos cuantos botones.
Tengo un taller, montado con los últimos adelantos de la ciencia y de la industria, tres máquinas, una Wilson y otra Wheeler, para coser la caña, y una Johnson para hacer ojales, que puede que no haya media docena como ellas en toda la península.
Y los gorriones, los pardillos y las calandrias, que huían de los chicos como del demonio cuando los veían en cuadrilla por los senderos, posábanse con la mayor confianza en los árboles inmediatos, y hasta se paseaban con sus saltadoras patitas frente a la puerta de la escuela, riéndose con escandalosos gorjeos de sus fieros enemigos al verlos enjaulados, bajo la amenaza de la caña, condenados a mirarlos de reojo, sin poder moverse y repitiendo un canto tan fastidioso y feo.
Y enarbolando la caña empezó a repartir sonoros golpes: al uno por el pellizco y al otro por impropiedad de lenguaje , como decía bufando don Joaquín sin parar en sus cañazos.
Tan a ciegas iban los golpes, que los demás muchachos se apretaban en los bancos, se encogían, escondiendo cada cual la cabeza en el hombro del vecino, y a un chiquitín, el hijo pequeño de Batiste, asustado por el estrépito de la caña, se le fué el cuerpo.
Señores míosgritaba a los audaces discípulos al mismo tiempo que requería la caña, todos aquí.
Y para demostrarlo con el ejemplo, movía la caña que era un gusto, introduciendo a golpes en el redil de la sabiduría a todo el rebaño de pilletes juguetones.
Yo tengo un pájaro que todo me lo comunica, y si mañana sé algo malo, andará la caña suelta como un demonio.
Estos escándalos indignaban a don Joaquín y le hacían mover su caña inexorable al día siguiente.
En toda la barraca no había mas que un objeto nuevo: la luenga caña que el maestro tenía detrás de la puerta, y que renovaba cada dos días en el cañaveral vecino, siendo una felicidad que el género resultase tan barato, pues se gastaba rápidamente sobre las duras y esquiladas testas de aquellos pequeños salvajes.
Y el señor de Llopis , un granuja de siete años, con el pantalón a media pierna sostenido por un tirante, echábase del banco abajo y se cuadraba ante el maestro, mirando de reojo la temible caña.
Sobre el suelo, con las patas atadas, recordando tal vez en aquella atmósfera de sofocación y estruendo las tranquilas llanuras de la Mancha o las polvorientas carreteras por donde vinieron siguiendo la caña del conductor, estaban los pavos, con sus pardas túnicas y rojas caperuzas, graves, melancólicos, reflexivos, formando coro como conclave de sesudos cardenales y moviendo filosóficamente su moco inflamado, para lanzar siempre el mismo cloc-cloc-cloc prolongado hasta lo infinito.
Los peones le conocían, como si fuese un contratista o maestro de obras, y cuando le faltaban estas distracciones emprendía atroces caminatas: iba a pueblos distantes, andando siempre con una regularidad mecánica, el cuadrado sombrero sobre las cejas, flotante el paleto, que no abandonaba ni aun en el verano, y bajo el brazo el bastón de su juventud, una caña vieja y resquebrajada, con puño redondo de marfil que casi era una bola de billar.
Revueltos con ellos, iban los disfraces de siempre: mamarrachos con arrugadas chisteras y levitas adornadas con arabescos de naipes, bebés que asomaban la poblada barba bajo la careta y al compás del sonajero decían cínicas enormidades, diablos verdes silbando con furia y azotando con el rabo a los papanatas, gitanos con un burro moribundo y sarnoso tintado a fajas como una cebra, payasos ágiles, viejas haraposas con una repugnante escoba al hombro, y los tíos de ¡al higuí! golpeando la caña y haciendo saltar el cebo ante el escuadrón goloso de muchachos con la boca abierta.
Era un desfile brillante de autoridades y uniformes, que admiraba a los papanatas, grupos de chicuelos y mujeres se agolpaban ante los Eccehomos que se exhibían en las calles sobre un pedestal: imágenes manchadas con brochazos de sangriento bermellón, la corona de espinas sobre las lacias y polvorientas melenas que agitaba el viento, una caña entre las manos y a los pies una bandeja con céntimos y un viejo pedigüeño.
Basilio Andrés de la Caña, que era uno de los puntos fijos en la mesa, me parece a mí que no juega limpio con nosotros.
Doña Lupe fue aquella noche a casa de las de la Caña, y se estuvo allá las horas muertas.
Semejantes argumentos eran para él como sería para los poseedores de Gibraltar ver que les quisiera asaltar un enemigo armado con una caña.
Y el sepulcro se abrió en casa de las de la Caña, con la mayor reserva se entiende, y después de hacer jurar a todos de la manera más solemne que guardarían aquel profundo arcano.
Y si lo era, pronto se había de saber, porque, eso sí, a doña Lupe no se le apagaría en el cuerpo la bomba, y aquella misma noche o al día siguiente por la mañana, Maximiliano y ella se verían las caras Que la señora viuda de Jáuregui estaba volada, lo probó la inseguridad de su paso al recorrer la distancia entre el domicilio de las de la Caña y el suyo.
Varias noches estuvo en la tertulia de las de la Caña completamente achantada y sin saber por dónde tirar.
Basilio Andrés de la Caña, y ambas parecieron a Fortunata impertinentes y entrometidas.

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