Ejemplos con alarmados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Habiendo bajado de la cordillera, Albov descubre la primera parada, y en algunas horas entra ya en Ushuaia, con entusiasmo se encuentra de veras con colegas alarmados.
Los romanos, alarmados por la llegada de Antíoco, enviaron una fuerza al mando del cónsul Manio Acilio Glabrión para enfrentarse al monarca oriental.
Los atenienses alarmados cuando se estableció la colonia terminaron por no considerarla peligrosa para su imperio.
Los británicos alarmados por el avance japonés hacia la frontera de Birmania con la India, respondieron aprisionando a Gandhi en el palacio del Agha Khan en Pune.
Los hacendados, alarmados por las consecuencias que podía tener la capitalización, dejaron de apoyar a Rivadavia, y este quedo políticamente aislado.
Los papas, muy alarmados, y sin esperanza de ayuda del Emperador Bizantino, volvieron su vista a los mayordomos carolíngios de Austrasia, los gobernantes efectivos del Reino Franco.
Y su duda hacía aún más dolorosa la marcha incesante, una marcha que duraba día y noche con sólo breves descansos, alarmados los jefes de cuerpo a todas horas por el temor de verse cortados y separados del resto del ejército.
Otras proezas eran menos dramáticas: algunas noches muy frías, cuando todos dormían en el pueblo, y en nuestras casas nos creían en cama, soltábamos un gato previamente enfurecido, o un perro asustado, con una lata llena de piedras en la cola, para divertirnos viendo a los vecinos alarmados asomarse en paños menores a puertas y ventanas bajo la lluvia torrencial y el viento helado.
Los cardenales, alarmados, hicieron fortificar el puente de Aviñón, interceptando el Ródano con una cadena de hierro.
Y a eso iban entonces, aprovechando el primer sol que se veía después de una quincena de aguaceros y «celleriscas», y sobre todo ello se habló mucho en muy poco tiempo, quitándose unos a otros la palabra, mientras Lita, corriendo su silla hacia la mía que estaba alejada del brasero, me contaba, casi al oído, lo alarmados que estuvieron todos en su casa con las noticias que Neluco les iba dando de mi tío, al pasar por allí de vuelta de sus visitas, y el trabajo que le había costado a ella disimular la pena que acababa de sentir al encararse de pronto con don Celso.
Vio algo extraño en ellos: parecían menos alarmados y como llenos de curiosidad maliciosa.
Continué conversando, y supe que había pasado la mayor parte de la noche cerca de nosotros, que su toldo estaba inmediato, que cuando había vuelto a él, el día antes, después de haber andado con la gente de Ramón, se había encontrado sin su familia, la que junto con otras andaba huyendo por los montes, porque decían que los cristianos traían un gran malón, que el indio Blanco, que había llegado de Chile al mismo tiempo que yo, era el autor de la mala nueva, que todos estaban muy alarmados, que habían mandado tres grandes descubiertas para el norte, para el naciente y para el poniente, por los caminos del Cuero, del Bagual y las Tres Lagunas, cada una de cincuenta hombres, y que la alarma duraría hasta que no viniese el parte sin novedad.
Al rato vinieron todos muy alarmados, diciéndome que los indios todos, lo mismo que los lenguaraces, conceptuaban mi expedición muy atrevida, erizada de inconvenientes y de peligros, y que lo que más atormentaba su imaginación era lo que sería de ellos si por alguna casualidad me trataban mal en Tierra Adentro o no me dejaban salir.

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